En primer lugar quiero agradecer la invitación de la Fundación a través de mi profesor y alma mater de este Seminario. Invitación que surgió “a bocajarro” mientras charlábamos en la primera sesión de esta serie. Cuando Pepe Montesinos me preguntó por mi interés acerca de esta temática, mi respuesta fue muy directa: “porque soy cristiano y me interesa muchísimo el enfoque que la Filosofía y la Ciencia hacen de este personaje”.
Así que quiero dejar constancia desde el primer momento el lugar desde el que yo observo a Pablo de Tarso. Quede claro que considero por mi parte un atrevimiento venir a aquí a hablar entre gente de tanto conocimiento, más aún sin tener yo más vinculación con la Filosofía que la curiosidad y mi condición de cristiano. Es por ello que –como comprobarán- estoy en franca desventaja en el dominio de la mayor parte de los conceptos básicos de la Filosofía, más allá de los que aprendí en mi paso por nuestro querido Instituto de Bachillerato Villalba Hervás y en la Universidad de La Laguna durante mi etapa de formación como economista interesado en los fundamentos del pensamiento económico.
El título mismo de esta ponencia es ya una provocación, en el sentido de querer o creer poder conocer algo más a Pablo de Tarso por el hecho de compartir con él una fe.
[Cr. pág. 2]
Entiendo que para hablar de Pablo –al menos para mi- es necesario habla de Fe y espiritualidad, entre otros conceptos; sin embargo, estos no son objeto de la Filosofía. Ahora bien, considero que sin ellos no es posible entender a Pablo, sus motivaciones, objetivos, etc.
Después de haber escuchado las ponencias de las sesiones anteriores, donde se ha caracterizado a Pablo como un revolucionario, un helenista, un pro-romano,… creo que además es necesario tener claro que las etiquetas, las categorías, los modelos, son convención científica (tal es el caso de la Economía: estado estacionario, ceteris paribus, equilibrio perfecto,…) y como tales sirven para profundizar en el análisis. Eso sí, siempre estas divisiones no deben tomarse o volverse en un corsé absolutamente definitorio y definitivo de un personaje, un sistema de ideas o de cualquier objeto analizado.
En las ponencias precedentes se ha dicho de Pablo (a partir de A. Badiou) que es el fundador del Universalismo y el precursor de una Teología Política. En todo caso, Pablo podría ser el inspirador, pero nunca un verdadero fundador, tal como se verá en el hilo conductor de esta tarde.
[Cr. pág. 3]
Y es que en Pablo hay una urgencia por la “salvación”. Por llevar el mensaje de Jesús, el de Nazaret, hasta el último rincón del mundo. Esta pasión con la que Pablo actúa hace que toda ordenación o intento de regular la vida personal o comunitaria está orientada a esa urgencia.
La creencia en la inminente “segunda venida del Mesías” y del “fin del mundo” provoca en Pablo un ansia inaplazable por visitar a todas las comunidades, grupos y personas con intención de conocer ese mensaje que lleva con él y en él.
[Cr. pág. 4]
Pero precisamente la precipitada actividad de Pablo le lleva a formular criterios, normas, consejos, condenas,… que han sido tomadas a partes iguales como argumentos para imponer o superar, en función de quién las acoja o critique. Las controversias sobre Pablo revelan, a mi entender, la necesidad de normas externas y justificaciones “a medida”, que finalmente llevan al utilitarismo en las religiones y a su interferencia o identificación con la política, de ahí que nuestro personaje haya sido tan importante en la obra de C. Schmitt y J. Taubes, entre otros muchos.
Las normas externas, especialmente las religiosas (considerada la religión aquí como “expresión cultural de aquello en lo que se cree) cumplen una función “calmante”, “sedante”, ofrecen seguridad y suplantan el espíritu que las motiva. Y esta es la queja de Pablo cuando reclama y proclama que Cristo ha venido a abolir toda distinción entre los hombres, y que –en el fondo- aunque estas pervivan, ya no son vigentes.
Otro aspecto que considero fundamental en la enseñanza apresurada y apasionada de Pablo es el uso de lo que yo llamaría “fraude de ley” como elemento característico del legalismo religioso, esto es: emplear la ley divina, recibida e interpretada por los hombres precisamente para evitar su cumplimiento, de forma análoga a la figura jurídica. Este permanente recurso a la ley para evitar lo fundamental de la voluntad divina, está presente de forma constante en las enseñanzas de los Evangelios, pero también en la propia Torá.
[Cr. pág. 5]
Cuando leemos las cartas de Pablo (digamos, al menos las aceptadas como claramente de su autoría o dictado) salta a la vista una profunda inteligencia que yo resumiría en los siguientes puntos:
Las recomendaciones de prudencia, que es uno de los grandes criterios expresados por él. Es más exigente con sus cercanos que con otras personas o grupos. Se entremezcla la astucia y la valentía, la obediencia y el arrebato espiritual, en una aparente (y a veces no tan aparente) confusión. Considero, por tanto que en él parece existir un criterio “situacional” para aplicar un comportamiento o sabiduría particular, de este modo, Pablo modula sus palabras y su comportamiento, lo cual causa en ocasiones extrañeza o frustración cuando pretendemos descubrir en sus palabras un discurso “redondo”. Él no está empeñado en construir un sistema u orden, sino en que el mensaje llegue a todos cuanto antes porque la salvación es urgente ante la venida inminente del fin del mundo.
[Cr. pág. 6]
Seguidamente leeré y comentaré brevemente algunas citas escogidas de la Carta a los Romanos conforme a mi criterio e interés sobre las tesis que he ido desgranando:
Rom 1, 20: “En efecto, partiendo de la creación del universo, la razón humana puede descubrir, a través de las cosas creadas, las perfecciones invisibles de Dios […]”
Rom 1, 28: “Y como no tienen interés en conocer a Dios, es Dios mismo quien los deja a merced de una mente pervertida […]”
En estas dos citas entiendo la reciprocidad divinidad-ser humano, existe un reconocimiento mutuo, no una relación unidireccional, y es Pablo quien nos ofrece esta visión novedosa de la relación entre Dios y Hombre, muy diferente a las concepciones religiosas y filosóficas anteriores, y que él descubre en Jesús de Nazaret.
Rom 2, 20: “Crees poseer el secreto de instruir a los ignorantes y de enseñar a los párvulos porque crees tener en la ley el compendio de toda ciencia y toda verdad.”
Aparece aquí la mencionada denuncia del elemento legalista, como presunción de los entendidos de la ley judía.
[Cr. pág. 7]
Rom 3, 8: “Algunos calumniadores dicen que yo enseño aquello de “hacer el mal para que venga el bien””
Rom 3, 20 “A nadie, en efecto, restablecerá Dios en su amistad por la observancia de la ley, pues la misión de la ley es hacernos conscientes del pecado.”
Pablo realiza una interpretación o descubrimiento fascinante: La ley como referencia para la transgresión, como fórmula de aprendizaje para el hombre en un camino hacia la perfección (salvación).
[Cr. pág. 8]
Rom 5, 3-4: “Es más, hasta de las dificultades nos sentimos orgullosos, porque sabemos que la dificultad produce constancia, la constancia produce una virtud a toda prueba, y una virtud así es fuente de esperanza.”
Pablo se ve ratificado en su misión a través de las dificultades, no las entiende como un castigo divino, tal como lo hacen los entendidos de la ley judía.
Rom 13, 10-11: “El que ama no hace daño al prójimo; o sea, que el amor constituye la plenitud de la ley. Conocéis, además, el momento especial en que vivimos: que ya es hora de despertar del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando empezamos a creer.”
Vemos aquí esa urgencia de la salvación que impulsa a Pablo a llevar su mensaje a todos lados, y esa interpretación sorprendente de la ley del amor frente al legalismo religioso, convirtiendo el amor en el núcleo de la ley y no como algo separado o insignificante para hacer realidad la voluntad divina.
[Cr. pág. 9]
Rom 16, 3-4: “Saludos para Prisca y Áquila que han colaborado conmigo en Cristo Jesús y se jugaron la vida por salvar la mía. Y no sólo yo tengo que agradecérselo, sino todas las iglesias de origen pagano.”
En esta referencia –junto a otras más claras-, creo que Pablo manifiesta una profesión religiosa diferenciada ley-fe (cristianos de origen judío-cristianos de origen pagano-griego), que sin embargo conduce a una misma finalidad: la salvación en Cristo.
No citaré Rom 13, 1-7 (donde se habla de la obediencia a la autoridad), a la espera de argumentaciones más esclarecedoras, ya que el tema parece no guardar una relación argumental con el resto de la Carta.
[Cr. pág. 10]
Aunque no veo una relación directa con Pablo, dado que se ha hablado con anterioridad en este Seminario de la influencia del cristianismo (particularmente de Pablo) en el antisemitismo-nazismo, traigo aquí a una autora que me parece interesantísima por su análisis de la nación judía víctima del Holocausto. Hannah Arendt (Alemania, 1906- EEUU, 1975) no se refiere a sí misma como filósofa, sino más bien como periodista, comentarista y analista del pueblo judío del período cuyo centro se encuentra en el exterminio sistemático nazi.
Uno de sus conceptos más ampliamente discutidos y sugerentes es el conocido como la “banalidad del mal” (“Eichman en Jerusalén”, 1963), donde podemos leer:
“Que un tal alejamiento de la realidad e irreflexión en uno puedan generar más desgracias que todos los impulsos malvados intrínsecos del ser humano juntos, eso era de hecho la lección que se podía aprender en Jerusalén. Pero era una lección y no una explicación del fenómeno ni una teoría sobre él.”
Este concepto reconoce en el mal extremo una desconexión de la realidad, un “dejarse llevar”, un vaciamiento de la conciencia personal que deja vía libre a las mayores atrocidades, sin una justificación aparente, sin un remordimiento o arrepentimiento, simplemente porque “era lo ordenado”. Y en este punto hago una lectura paralela (ahora sí) con Pablo cuando dice:
Rom 1, 28: “Y como no tienen interés en conocer a Dios, es Dios mismo quien los deja a merced de una mente pervertida […]”.
Encuentro una identificación, una constatación plena entre la enseñanza-experiencia de Pablo y el hallazgo de Arendt, que parece repetirse en la historia de este pueblo fascinante.
[Cr. pág. 11]
Para finalizar, algunas ideas generales que han estado presentes a lo largo de esta ponencia:
La permanente tendencia al recurso a la “ley” frente a la capacidad personal de decisión y autonomía. La necesidad de las estructuras de poder con intenciones de perdurar de imponer la uniformidad frente a la libertad personal en conciencia. Esta controversia que va más allá del terreno de la confrontación de ideas, está muy vivo en el seno de los sistemas de ideas y creencias. Sin ir más lejos, pongo como ejemplo lo que yo denominaría como el “conflicto Denzinger-Bergoglio”, que ha surgido recientemente dentro de la Iglesia Católica a partir de la elección y ministerio del actual Papa Francisco. Un conjunto de teólogos y sacerdotes puristas que ponen en cuestión esa elección y ministerio por los cambios que –a su juicio- ha introducido el Papa en la interpretación y praxis de la moral católica y de la enseñanza petrina que este grupo identifica con el compendio editado originalmente por Heinrich J. D. Denzinger.
Bajo mi parecer, esto representa esa necesidad de muchas personas de apropiarse de la verdad y de mantener entre márgenes estrechos las normas de comportamiento personal y social, que precisamente Pablo combatió.
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Fecha: Marzo 2016