El Drago
George Staunton, 1792:
Antes de llegar al Puerto de La Orotava atravesaron la villa del mismo nombre, construida en piedra y bastante bonita, aunque el terreno donde está situada sea muy desigual. Midieron un árbol de la especie que se llama Sangre de Dragón, que si lo comparamos con los de Madeira estos no son más que arbustos. Su tronco, medido a diez pies de altura tenía treinta seis pies de perímetro; cinco pies más arriba se dividía en doce ramas que se separaban regularmente del centro en una división oblicua, como las divisiones de una planta umbelífera. Todas eran de la misma dimensión y en sus extremos tenían unas hojas espesas, esponjosas y parecidas a las del áloe común, aunque un poco más pequeñas. En la isla existe la tradición de que cuando los españoles se apoderaron de Tenerife, hace trescientos años, este árbol ya existía y servía como límite, como sirve todavía, a las propiedades que lo rodeaban.
Bory de St. Vincent, 1800
El drago o sangre de dragón se encuentra también en Madeira, pero según McCartney no son nada en comparación con los de Canarias. Este autor cita un drago no lejos de La Orotava, cuyo tronco tiene 10 pies de altura y 36 de circunferencia; más arriba se divide en doce ramas que se separan proporcionadamente en dirección oblicua, como las divisiones de una umbela. Se dice que ya existía cuando los españoles conquistaron la isla y que servía como límite de las propiedades. Desde la Antigüedad el drago es considerado como un árbol propio de Canarias; los guanches hacían rodelas con su madera. […] En ningún lugar es tan hermoso y existe en tan gran cantidad como en las costas septentrionales de Tenerife y en las faldas del Teide. Se le extrae la savia, que como se sabe, forma parte del comercio. […] La mayoría de los viajeros de nuestra expedición compraron en La Laguna, en un convento donde había unas religiosas encantadoras, unos paquetitos de raíces, que no tenían mucho sabor ni propiedad, pero que estaban coloreadas con sangre de dragón, con el fin de que al masticarlas conservasen los dientes y las encías.
André-Pierre Ledru, 1796
Anteriormente la resina que se extraía del drago era objeto de importante comercio, pero los habitantes de las islas descuidaron sustituir, haciendo nuevas plantaciones, los viejos árboles agotados por las frecuentes sangrías.