Erupciones en Tenerife
Sabino Berthelot describió la erupción del volcán Chahorra en base a un informe de Bernardo Cólogan, texto que en parte también incluyó en su obra. Ocurrió durante la noche del 9 de junio de 1798: una fuerte detonación alertaba a las poblaciones del sur de Tenerife, sobre todo, a las de Guía y Chío, más cercanas al área de Las Cañadas. Pronto se hizo evidente que era la montaña de Chahorra, contigua al pico del Teide, la que expulsaba llamas y materiales volcánicos, unas emisiones que duraron tres días, acompañadas de un ruido que sumió en el espanto a toda la isla. Enseguida se abrió otro cráter emanando torrentes de lava en la cima de la montaña, a 1 milla del primero. A gran distancia de ese nuevo cráter se formó un tercero, cuyas explosiones se sucedieron con rapidez. Finalmente, torbellinos de humo y piedras ardientes fueron lanzados desde una cuarta abertura. Esas bocas se fueron abriendo durante los 7 primeros días de la catástrofe y la lava corrió varias veces a lo largo de unos tres meses. El informe de Bernardo Cólogan distinguía dos tipos de ruido durante la actividad de la montaña: unas veces era abrupto, como estallidos de trueno, y otras, más constante, como el ruido de una enorme masa de agua en ebullición. De la mismo modo, decía que las emanaciones de lava podían ser, bien repentinas, instantáneas, como una prolongada descarga de artillería, o bien, más continuadas, constantes como el silbido o estallido de una bomba. Por la distancia a la que se hallaba el observador veía siempre primero la detonación y segundos después oía la explosión.
“En la noche del 5 de mayo de 1706 se oyó bajo tierra un ruido parecido al de una tormenta, mientras el mar se retiraba. Cuando el día vino a esclarecer el fenómeno que horrorizaba a los desgraciados habitantes de Garachico vieron que el pico estaba cubierto de un vapor rojo y espantoso; el aire era abrasador y el olor a azufre sofocaba a los asustados animales, que lanzaban mugidos de lamento y balidos quejumbrosos. Las aguas estaban cubiertas por un vapor parecido al que exhalan las calderas hirviendo; de repente la tierra se estremeció y se entreabrió; torrentes de lava, escapados del cráter del Teide, se precipitaron en los llanos del noroeste. La ciudad, en parte enterrada en las grietas del suelo, en parte cubierta por la lava, desapareció por completo. El mar, regresando muy pronto a su lecho, inundo partes del puerto hundido. […] Los habitantes intentaron salvarse huyendo rápidamente, pero para la mayoría fue una tentativa inútil. Unos eran sepultados por las grietas, que al rellenarse los enterraban vivos; otros caían asfixiados por los vapores sulfurosos. Una parte de estos desgraciados fueron aplastados por una lluvia de piedras enormes.”
Bory de Saint Vincent, 1800_
Traducción de J. A. Delgado Luis