Viajeros del siglo XVIII en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Sobre el Garoé

“Se dice que antaño la falta casi total de manantiales solo era un ligero inconveniente en Hierro y que nunca faltaba el agua porque un árbol extraordinario la suministraba en abundancia. […] Gonzalo de Oviedo nos relata que destilaba agua por el tronco, las ramas y las hojas, y que parecían auténticas fuentes. El exagerado Jackson dice que habiendo estado en Hierro en 1618 lo vio con sus propios ojos; que era del tamaño de un roble, de 6 o 7 varas de altura, sin flores ni frutos, y que estaba marchito por el día, pero que la cantidad de agua purísima que suministraba durante la noche era suficiente para calmar la sed de 8.000 personas y 100.000 reses. […] Viana, también muy verídico sobre el tema, dice que las hojas absorbían el agua del cielo y que las raíces la devolvían. […] Estoy sorprendido de que cuando Feuillée visitó Hierro se limitara a relatar la historia del garoé, que considera un ensueño, sin haber intentado esclarecer el hecho y visitar el lugar donde había vegetado antaño, pues hay pruebas incontestables de su antigua existencia y de que daba agua a una parte de la isla. Bontier y Le Verrier, contemporáneos del garoé, autores que nos parecen dignos de crédito, dicen que “en lo más alto del país hay árboles que siempre chorrean un agua clara y buena, que cae en piletas a su alrededor, la mejor que se podría encontrar para beber”. Carrasco, que escribió en 1602, unos años antes de la destrucción del árbol, afirma que era muy venerado en toda la isla.

[…] Abreu Galindo dice que quiso ver por sí mismo lo que era el árbol extraordinario de Hierro. Se embarcó, pues, e hizo que lo llevaran al lugar llamado Tigulahe, que comunica al mar por un barranco en cuyo extremo, junto a un gran roque, se hallaba el árbol santo, que en el país se llamaba garoé. Añade que es incorrecto que se lo llame til o tilo, porque no se le parece en nada; esto, en resumen, es lo que relata: su tronco tiene 12 palmos de circunferencia, 4 de diámetro, y 30 o 40 pies de altura. La copa, redonda, mide 120 pies de perímetro; las ramas son frondosas y desplegadas; su fruto se parece a una bellota con su capuchón; su pipa tiene el color y el sabor aromático de los piñones. Nunca pierde la hoja, es decir, la vieja no cae hasta que la nueva esté formada, y es como la del laurel, dura y brillante, aunque mayor, curva y bastante ancha. Alrededor del árbol hay una gran zarza que también rodea varias de sus ramas, y en las cercanías se encuentran hayas, brezos y matorrales. En la parte norte hay dos grandes piletas, de 20 pies cuadrados y 16 palmos de hondo, de piedra, y divididos para que el agua caiga en una y se conserve en la otra.”

Bory de Saint-Vincent, 1800

Traducción de José Antonio Delgado Luis