Vestidos femeninos
“Las mujeres de las capas sociales más bajas llevan en la cabeza una gasa de lino basto, que les cae sobre los hombros, y la prenden con un alfiler por debajo de la barbilla, de manera que la parte inferior sirve de pañuelo para cubrir el cuello y los pechos. Sobre esto, cuando salen fuera, llevan un sombrero de alas anchas y bajas, para proteger la cara del sol, y sobre los hombros un manto de paño, de franela o de sarga. No usan corsé, sino una chaqueta corta ajustada, acordonada previamente. Llevan varias enaguas, que las hacen parecer sumamente voluminosas.
Las mujeres pobres que viven en las ciudades, cuando salen a la calle, llevan mantillas, que están hechas de sarga negra y en forma de dos enaguas, una encima de otra. Cuando salen fuera cogen la parte superior y se la ponen sobre la cara, cubriéndosela de tal manera que no se les ve el rostro, sino un ojo. Así observan a todos los que encuentran, sin que las reconozcan, porque todas las mantillas son del mismo color y la misma tela, excepto las de las damas distinguidas, que son de seda.
En Santa Cruz, en la isla de Tenerife, y en la ciudad de Las Palmas, en Canaria, algunas de las señoras más elegantes salen de paseo en coche vestidas a la moda de las francesas o las inglesas, pero ninguna pasea por la calle sin mantilla, aunque en la actualidad las señoras las llevan tan abiertas que cualquiera puede verles toda la cara, el cuello e, incluso, parte de los pechos.
Las jóvenes distinguidas no llevan sombrero ni nada sobre la cabeza, sino el pelo fino y largo trenzado, recogido por detrás sobre la coronilla, sujeto con una peineta dorada. No usan corsés, sino chaquetillas cortas ajustadas, como las de las mujeres de las clases populares, con la única diferencia de que son de un tejido mejor. También llevan mantones de tela escarlata o de franela blanca de la fina, con cintas doradas o plateadas. La parte más costosa de su vestimenta son las pulseras, los collares, los pendientes y otras joyas.”
George Glas, 1764
Traducción de Francisco Javier Castillo y Carmen Díaz Alayón