Mujeres y monjas
“Pero lo que yo tenía más interés en ver era un convento de monjas. Seguramente un convento debería ser un lugar encantador, al menos para contemplarlo. Allí se retira la juventud y la hermosura, renunciando a los placeres, las penas y las locuras del mundo. ¡Dedican su vida a la devoción y la pasan en alabanzas a su Hacedor y en inocencia!
Emplean su ingenio en preciosos trabajos de fantasía y descansan en las hermosas umbrías enramadas de sus deliciosos jardines. Por principio, sabiendo que han renunciado a los vínculos afectivos del deber, la amistad y el amor, se esfuerzan en mitigar, mediante lo espacioso de su retiro, la sensación de encierro.
Impresionada como estaba, pues, con la idea de jardines espaciosos, magníficos edificios y hermosas vírgenes, cuán grande fue mi decepción al encontrar edificios pobres, sucios y pequeños, las monjas viejas y sin ningún atractivo. Nos hablaron con mucha amabilidad a través de rejillas y nos regalaron unas flores insignificantes confeccionadas por ellas mismas.
Entre esas monjas encontramos a una inglesa que nos sirvió de intérprete, aunque no era muy buena, pues había llegado allí en su juventud, ahora era vieja y nunca había tenido ocasión de hablar su lengua nativa, habiéndola olvidado en parte. No reconocía que después de haber tomado los hábitos alguien pudiera arrepentirse de ello.
[…] Por su relato, la vida de una monja difiere poco de la de una niña en la escuela y la abadesa es una especie de institutriz; están obligadas a ajustarse puntualmente a los horarios de levantarse, las comidas, las oraciones, etc, y reducidas constantemente al silencio entre sus propias compañeras, sea agradable o desagradable, con el añadido de que solo la muerte las puede liberar.
[…] Parece como si los españoles comenzaran a ser conscientes de las terribles consecuencias que tiene encerrar a las jóvenes fuera del mundo. La Corte de Madrid ha publicado últimamente un decreto, que también se extiende a estas islas, que prohíbe que las mujeres tomen los hábitos antes de los 25 años.”
Jemima Kindersley, 1764
Traducción de José Antonio Delgado Luis
“Nos llevó a una posada grande o fonda, con el emblema del águila imperial. […] Cenamos bastante mal por una perra gorda, es decir, cinco francos; la comida estaba demasiado picante, ya que son corrientes en los países cálidos los alimentos fuertes y condimentados. […] Le pedimos información (al posadero) principalmente sobre sus vecinas, unas damas y señoritas cuyo buen porte nos había sorprendido a pesar del mal gusto que demostraban en su forma de vestir. Estas mujeres no abandonaron la celosía de su ventana desde que entramos en la posada, a las tres de la tarde, hasta que salimos, a las siete; probablemente ya estaban ellas allí antes y allí permanecieron después. Era una calle por donde no pasan treinta personas al día, de las que veinte son frailes y diez, soldados. Hay que reconocer que si nuestras damas de París pierden el tiempo no lo pierden de una forma tan aburrida para ellas y para los demás como las españolas de Canarias.”
Bory de Saint-Vincent, 1800
Traducción de José Antonio Delgado Luis