Las primeras décadas del siglo XIX prolongan, como ya se ha apuntado, el proceso industrializador iniciado en la centuria anterior en Gran Bretaña, a partir de las llamadas «revolución agrícola» y «revolución del consumo» que hacen posible que objetos que durante siglos habían sido posesión privilegiada de los ricos vinieran, en el espacio de unas pocas generaciones, a ponerse al alcance de una parte mucho mayor de la sociedad o, lo que es lo mismo, que permiten multiplicar el número y la variedad de las mercancías, haciendo así a los hombres dependientes de un mercado en el que venden sus productos o su fuerza de trabajo para adquirir unas mercancías que se les habían hecho indispensables.
El aumento de la comercialización explica el temprano desarrollo del transporte, primero en forma de canales fluviales y carreteras de peaje, que multiplican espectacularmente su número y acortan sobremanera las distancias: a mediados del siglo XVIII se tardaba cuatro días y medio en ir de Londres a Manchester; en 1830 ese mismo viaje podía hacerse en 18 horas. Sin embargo, el gran impulso en este campo vino dado por la construcción del ferrocarril, cuya primera línea entre Liverpool y Manchester fue inaugurada precisamente en esa última fecha, con un tren remolcado por la locomotora Rocket, inventada por Stephenson. El desarrollo de este nuevo medio de transporte fue posible gracias a la aplicación de la máquina de vapor al ferrocarril, que se extiende, primero por Inglaterra (en 1850 ya había unos diez mil kilómetros de vías férreas), y más tarde, por Bélgica, Francia, Alemania, España, etc. La construcción del ferrocarril tuvo consecuencias muy variadas e intensas: actuó de estímulo en la fabricación de productos siderúrgicos (tanto la maquinaria como las vías para los tendidos ferroviarios eran de hierro) y de carbón (usado como combustible por las locomotoras); se convirtió en un campo de inversión de los beneficios obtenidos en la agricultura y la industria; favoreció otros sectores industriales auxiliares (vidrio, ladrillo, madera, etc.); atrajo una mano de obra considerable (en 1847 más de 250.000 hombres trabajaban en el tendido de la red ferroviaria inglesa); favoreció el comercio, facilitando la especialización agrícola regional, etc.