La inhibición del Estado liberal sobre dichas condiciones, bajo la excusa de la libertad económica, junto con la posibilidad de comunicación de los obreros en fábricas y ciudades, hacen que estos vayan tomando paulatinamente conciencia de que forman una clase social independiente y que han de asociarse para actuar de manera solidaria frente a los empresarios.
Inglaterra, como país pionero en la industrialización, fue también sede de las primeras manifestaciones obreras: consistieron en revueltas violentas y desorganizadas dirigidas contra las máquinas (1790-1817). La actuación de las primeras mutuas o sociedades de socorro mutuo, junto a las acciones luditas, forzó en 1824 la libertad de asociación, iniciándose la constitución de las trade unions, agrupaciones de trabajadores del mismo oficio y localidad, que ampliaban los objetivos de las mutuas a la consecución de reivindicaciones laborales.
Paralelamente a la constitución de las primeras organizaciones obreras, se empiezan a difundir las primeras reflexiones de intelectuales que criticaban las contradicciones de la industrialización y las injusticias del capitalismo, y formulaban modelos alternativos centrados en el igualitarismo y la solidaridad. El primer grupo de estos va a ser conocido como socialistas utópicos (Owen, Saint-Simon, Fourier, etc.), pues aunque no forman un conjunto teórico homogéneo, todos proponen una sociedad basada en la concordia fraterna y la solidaridad humana, que fomentase el cooperativismo y la propiedad colectiva (la producción se realizaría de forma colectiva y las rentas se repartirían por partes iguales entre todos sus miembros).
El movimiento obrero, tras la derrota de 1848 (la lucha del cartismo por el logro de derechos políticos que les permitieran tener presencia en el Parlamento a fin de conseguir transformaciones sociales), sufre un retroceso en su actividad hasta 1857, y en especial hasta 1864 en que se funda la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). En su seno se desarrollan dos ideologías revolucionarias que plantean la sustitución de la sociedad capitalista por una nueva sociedad sin clases: el marxismo o socialismo científico (a partir de las aportaciones de Marx y Engels) y el anarquismo. Las divisiones internas, especialmente entre marxistas y bakuninistas, y la represión a la que la someten los diversos gobiernos que la declaran ilegal , en especial tras el fracaso de la Comuna de París (primera experiencia de un gobierno obrero entre marzo-mayo de 1871), provocan el declive de la AIT, que termina por disolverse en 1876.
Tras esta experiencia fallida, los últimos años del siglo XIX asisten al nacimiento y consolidación de partidos obreros de carácter nacional, por lo general de inspiración marxista, en especial el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), y, después de varias tentativas, en 1889, en uno de los congresos que se celebraron en París para conmemorar el centenario de la Revolución Francesa, se funda la II Internacional Obrera, constituida como una federación de partidos nacionales socialistas de orientación marxista que instauró dos de los símbolos más conocidos del movimiento obrero: el himno de La Internacional y la jornada reivindicativa del Primero de mayo.