La sociedad europea del siglo XVIII, por otra parte, mantuvo las características de la estructura estamental propia del Antiguo Régimen, con grandes desigualdades entre los grupos que la componían. Estas desigualdades estaban fundamentadas en la existencia de privilegios y el papel asignado a cada grupo en la sociedad. Los estamentos privilegiados, clero y nobleza, apoyaban a la monarquía absoluta y llevaban una vida ociosa mientras que el resto de la sociedad, el denominado tercer estado, sin ningún privilegio, estaba encargado de sustentar económicamente este orden social. Esta situación contaba, además, con el respaldo político-jurídico y la legitimidad tradicional y religiosa.
A pesar de ello, durante esta centuria se produce una serie de transformaciones que cuestionan esta división estamental. Así, la burguesía, integrada en el tercer estado, alcanzó una posición económica muy importante, que hacía injustificable su imposibilidad de acceso al gobierno y a la administración del Estado. Por otra parte, la profesionalización de los ejércitos, como uno de elementos del poder del monarca absoluto, supuso la pérdida de la justificación privilegiada de la nobleza, tradicionalmente encargada de defender la sociedad. Además, y frente a los privilegios como método tradicional de promoción social, comienzan a destacar nuevos ideales basados en la razón y la valoración del esfuerzo personal. Estamos en una sociedad en crisis y con graves contradicciones.