La agricultura siguió siendo en este siglo la fuente principal de riqueza y ocupaba a la mayor parte de la población. En el paisaje agrario europeo predominaba una agricultura tradicional de autoabastecimiento que se enfrentaba a obstáculos como el clima y los bajos rendimientos, lo que unido a la derivación de los derechos e impuestos de origen feudal a gastos improductivos, limitó su capacidad de crecimiento. No obstante, en el transcurso de este período de tiempo, la agricultura comenzó a experimentar un fuerte crecimiento de la productividad del suelo, proceso que se conoce como Revolución Agrícola. Ello fue debido a la aplicación de las rotaciones de cultivo en sustitución del barbecho, la introducción de nuevos productos (maíz y papas, fundamentalmente), la mejora del instrumental agrícola, el uso de abonos, la selección de semillas, etc. A la cabeza de estos avances se encontraban los Países Bajos e Inglaterra, quienes ya habían introducido estos cambios desde los siglos XVI y XVII. En concordancia con el pensamiento ilustrado, este extraordinario desarrollo agrícola propició la aparición de una escuela de pensamiento económico, la Fisiocracia, que consideraba que la única actividad generadora de riqueza para las naciones era la agricultura.
El crecimiento de la población no sólo demandó más productos agrícolas sino que estimuló la producción industrial, basada en el taller artesano gremial y en el trabajo a domicilio, junto al mantenimiento de los monopolios estatales, creados para fomentar la misma. La producción de manufacturas a través de los gremios era arcaica y reacia a la introducción de innovaciones tecnológicas. En esta economía preindustrial, en el último cuarto del siglo XVIII, y en concreto en Inglaterra, se inicia otra de las grandes transformaciones económicas de la Edad Contemporánea, la Revolución Industrial. La aplicación de innovaciones técnicas, el aprovechamiento de nuevas fuentes de energía y la sustitución de los talleres por fábricas favorecieron el incremento de la producción y el consiguiente abaratamiento de los productos. La llegada a las ciudades de campesinos en busca de trabajo provocó no sólo un aumento de la población de las ciudades sino, además, el inicio del tránsito de una sociedad agraria a una sociedad industrial. Nuevamente, Inglaterra se convertía en la protagonista de esta nueva transformación económica y social, vinculada con la Revolución Agrícola.