Como consecuencia de la evolución del pensamiento de los siglos XVI y XVII, en el siglo XVIII se desarrolla la Ilustración, un movimiento filosófico, literario y científico que pretendía modernizar la cultura y transformar la sociedad, partiendo de una fe ciega en la razón, a la que consideraban la base principal del conocimiento. Los ilustrados apostaron por el progreso de la humanidad, la puesta en práctica de los descubrimientos científicos y la búsqueda de la felicidad del hombre. Para ello no dudaron en poner en tela de juicio las creencias políticas, sociales y religiosas tradicionales, considerando la educación como el mejor medio para difundir la razón y luchar contra la ignorancia. El pensamiento ilustrado se recogió en la Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, obra caracterizada por su marcado anticlericalismo y oposición al absolutismo. Entre los grandes pensadores políticos de la Ilustración destacan Montesquieu, quien desarrolló el principio de la separación de poderes ya defendida por Locke, Rousseau, artífice del contrato social, y Voltaire, quien a través de la ironía realizó las críticas más demoledoras contra el Antiguo Régimen.
Bajo ninguna tiranía desearía vivir, pero puestos a escoger, detestaría menos la de uno solo que la de muchos: un déspota tiene siempre algún momento bueno; una asamblea de déspotas no lo tiene jamás.
VOLTAIRE
El pensamiento político ilustrado contribuyó junto a la grave situación económica y las contradicciones socio-políticas al estallido de la Revolución Francesa de 1789, proceso que acabaría dando al traste con las bases políticas, económicas y sociales del Antiguo Régimen. La importancia de este acontecimiento ha llevado a configurar, a partir de él, una nueva etapa en el estudio de la vida del hombre, la Edad Contemporánea.