El proceso de industrialización, iniciado a mediados del siglo XVIII, trajo consigo una serie de cambios en la organización de la sociedad y la aparición de la moderna sociedad de clases. Esta se configura tras un largo proceso paralelo a esa industrialización y a la extensión de la ideología liberal. Los principios liberales fundamentaron la igualdad jurídica de las nuevas clases sociales y permitieron, por una parte, la emancipación de los campesinos aún sometidos a la servidumbre piramidefeudal, y por otra, el ascenso social basado en la capacidad y el talento personal para conseguir riqueza. El resultado del proceso fue una sociedad más igualitaria legalmente y más abierta, porque permitía la movilidad social; pese a ello, la nueva sociedad siguió siendo, a la vez, muy desigual en el aspecto económico.

Las clases sociales se definieron por la posición económica común de un colectivo de individuos. Se estableció así una separación básica entre la burguesía, o propietarios de los medios de producción (máquinas, capital, materias primas, instalaciones), y el proletariado, que sólo contaba con el salario que recibía a cambio de vender su fuerza de trabajo. La nueva sociedad de clases acabó por superponerse a la antigua sociedad estamental (formada por la nobleza, el campesinado y el artesanado) de la época preindustrial.

En la Europa industrializada, la riqueza se encontraba básicamente en manos de la gran burguesía, que compartía, en buena parte, esta así como el poder con la aristocracia terrateniente. La burguesía controlaba el mundo de los negocios y tenía una influencia cada vez mayor en la vida política, pero aspiraba a ennoblecerse, por lo que su comportamiento emulaba el estilo de vida aristocrático: reuniones, banquetes, mansiones de estilo palaciego, etc.

El proletariado industrial era un grupo social heterogéneo formado, en sus orígenes, por campesinos que abandonaron el trabajo del campo, trabajadores del sistema doméstico y artesanos procedentes del sistema gremial. Además, toda la clase obrera urbana no estaba formada únicamente por los asalariados industriales, pues, junto a éstos, persistieron los trabajadores de los oficios artesanales y del sistema de trabajo a domicilio. Los trabajadores tuvieron que soportar las duras condiciones sociolaborales impuestas por los empresarios y la organización de la producción en fábricas, que dio al proletariado industrial unas características específicas: adaptación al ritmo de la máquina, jornadas laborales de 14 a 16 horas diarias, salarios míseros, condiciones poco higiénicas e insalubres de los lugares de trabajo y de las viviendas y barrios obreros, deshumanización del trabajo industrial, incorporación de mano de obra infantil y femenina peor retribuida y ausencia de una legislación social que protegiese a los obreros ante la enfermedad o la inseguridad del puesto de trabajo.