Durante los últimos años del siglo XVIII y gran parte del XIX se suceden una serie de revoluciones políticas que van a estar marcadas por dos nuevas corrientes ideológicas: el liberalismo y el nacionalismo, que básicamente van a responder a los intereses de la clase social ascendente en la nueva sociedad industrial, la burguesía, que ha visto aumentar su poder económico, pero sigue careciendo de derechos políticos.

El establecimiento de los estados liberales en Europa, caracterizados por el reconocimiento de los derechos ciudadanos, la división de poderes y la soberanía nacional en Constituciones, cuyas bases son puestas durante la Revolución Francesa en los últimos años del siglo XVIII, atraviesa a lo largo del siglo XIX varias etapas:

  • La estabilización del proceso revolucionario francés, cerrando las puertas a cualquier versión más avanzada del liberalismo de 1789, durante el gobierno imperial de Napoleón Bonaparte (1799-1815), quien extiende algunos de los principios liberales por toda Europa.
  • El intento de recuperar las estructuras del Antiguo Régimen y las fronteras anteriores a 1792 durante el período de la Restauración (1815-1830), lo que no impide un nuevo rebrote revolucionario en 1820 de escasos efectos.
  • El definitivo ciclo de revoluciones entre 1830 y 1848, que sacuden de nuevo desde el foco francés a la mayor parte del continente europeo, tras las cuales la gran burguesía, temerosa de la revolución social, prefirió pactar con la aristocracia, aunque manteniendo sus objetivos básicos. Pierde, así, su contenido revolucionario para pasar a ser conservadora y defender el orden social establecido frente al proletariado.
  • La consolidación de los estados liberales europeos, durante el resto del siglo, bajo la fórmula mayoritaria de monarquías constitucionales y centralistas, donde la ampliación de derecho a sufragio se realiza muy lentamente, predominando todavía a finales del mismo el sufragio censitario masculino.