Desde el punto de vista demográfico, la población española experimentó un importante crecimiento, pasando de 10,5 millones de habitantes en 1797 a 20 millones en 1900. Este incremento se produjo, en mayor medida, durante la primera mitad del siglo, gracias a una serie de circunstancias favorables (retirada de la peste, extensión de cultivos e introducción del maíz y las patatas) y no por los efectos de una revolución industrial o demográfica, por lo que su ritmo de crecimiento fue inferior al europeo: las tasas de mortalidad siguieron siendo elevadas, porque, a pesar de ciertas mejoras médicas, no dejaron de existir durante todo el siglo las crisis de subsistencias periódicas y las epidemias (cólera, tifus, etc.), favorecidas por una deficiente higiene; la esperanza de vida en 1900 se sitúa todavía por debajo de los 35 años. El aumento de población, por otro lado, se registra, sobre todo, en las regiones costeras, mientras el centro se estanca o tiende a la baja: el ascenso más acusado se produce en Cataluña, con una media anual más próxima a la europea que a la española.