Imagen de la semana 26 марта 2010 г.
© Proyecto Humboldt. Cedido para su digitalización por el Jardín de Aclimatación de La Orotava
La vida de una casa por dentro
Fuente bibliográfica: "Histoire naturelle des îles Canaries I, 2. Les Miscellanées Canariennes. Planches." (Barker Webb, Phillip, 1839)Alrededor de 1830 el artista J. J. Williams recreó de esta manera un escenario posible de la vida en el hogar de los campesinos de Tenerife. Aunque sus composiciones no restaban realismo al retrato de las costumbres, sí solían añadir más adorno y color a la indumentaria del campesinado. A principios del siglo XIX los cambios impuestos por las modas sólo surtían efecto en las clases altas o acomodadas; el proceso de civilización no había alcanzado aún ese grado en el que hábitos y costumbres sociales se democratizan y nivelan. Los pobres conservaban usos y rasgos del pasado, tanto en su vestimenta como en sus muebles y enseres.
Al centro, en el suelo de tierra -faltaba mucho tiempo aún para que el pavimento llegara a las casas de los campesinos- se ve una cuna de madera con un niño envuelto en mantas. Era normal que las aves de corral y otros animales domésticos entraran y salieran a su antojo de las casas: tan estrecha convivencia -con gallinas y cabras, sobre todo- producía enfermedades infecciosas que aumentaban considerablemente el nivel de mortalidad, lo mismo que la costumbre de amontonar el estiércol -imprescindible para abonar los cultivos- en las paredes exteriores de las casas.
Hacia la izquierda la vida alrededor de la cuna sigue con el cabeza de familia en calzón corto, polainas de piel y sombrero de fieltro. Acaricia un perro, mientras en el molino de la esquina el hijo muele el gofio, mezcla de harina de trigo y millo tostado. No era frecuente que se amasara pan en las casas humildes: era el alimento de las clases acomodadas, los campesinos comían gofio. Los molinos manuales de gofio abundaban en las islas, de todas las formas y tamaños.
A la derecha, la mujer hila sentada. Bajo el brazo izquierdo sostiene una caña con el extremo rajado: es la rueca donde se ponía el lino virgen. Con la mano derecha sostiene la punta del huso, una pieza alargada de madera pesada que se hace girar para enrollar a su alrededor el hilo que ella misma va llevando allí desde la rueca. Con ese lino burdo se tejían telas destinadas casi siempre a la confección de prendas de vestir.
Texto: Masu Rodríguez