Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Escenas herreñas

Pareja herreña Pareja herreña Un día, don José y el autor montaron en sendas mulas y partieron hacia lo que se conoce como el puerto del Golfo, situado a unas seis millas al noroeste del pueblo. Salieron poco después de las seis de la mañana y al pasar por la primera casa de las cercanías les sorprendió una voz que decía: “¿Dónde va?”. “Al puerto”, respondió don José. “Espere un minuto, iré con usted”. Aquel minuto significó un cuarto de hora. Idéntica conversación a gritos tuvo lugar en cada una de las viviendas con que nos topábamos. A las nueve en punto la cabalgata contaba con 15 hombres a lomos de caballos, burros y mulas. Avanzábamos en fila india, atravesando campos donde hombres y mujeres, agricultores, se dedicaban con esmero al cuidado y la poda de las plantas de tabaco.

[…] Valverde es uno de los poblados menos atractivos, donde ni siquiera el hombre más lúgubre querría morar. Sus habitantes disponen de tan pocos entretenimientos que la llegada de un extranjero representa un importante acontecimiento en sus vidas. Durante su estancia allí, al autor le seguía continuamente un numeroso grupo de personas, principalmente niños. Pero siempre hizo buen uso de ellos, como ya había hecho en las demás islas: elegía uno para que le llevase el trípode; otro, la cámara; un tercero para que se encargase de su abrigo y un cuarto para que desempeñase la función de superintendente. A cada uno le daba medio penique por los servicios prestados y les pedía que se deshicieran de los restantes niños, cosa que hacían. Pero estos no se iban muy lejos; permanecían a una prudente distancia, al acecho. Al final de una caminata de dos horas quizá el escritor les colaba en los bolsillos otra moneda de idéntico valor y les aconsejaba que no se gastaran el dinero sin necesidad.

[…] En varias ocasiones, al entrar en una venta, y tras el universal tintineo de la campanilla anunciando que se había abierto la puerta, el autor fue testigo de cómo los vecinos, conocedores de aquel sonido, salieron de sus casas en dirección al comercio, abarrotándolo al instante, aunque sin ninguna intención de comprar.

John Whitford, Las Islas Canarias, un destino de invierno (1890)

Traducción de Jonay Sevillano