Observando Júpiter
Júpiter, observaciones de 1890 en Tenerife
[…] Existen dos manera de disminuir la profundidad de la perniciosa atmósfera a través de la cual estamos más o menos condenados a observar todos los cuerpos celestes: la primera consiste en elevar verticalmente la estación, como hemos hecho en Tenerife, mientras que la segunda se basa en esperar el momento más oportuno, o variar nuestra situación geográfica o elegir nuestro objetivo de forma que estemos mirando al cénit, en lugar de al horizonte.Con Júpiter casi en el cenit el caso era muy diferente.
Quedaba claro, observándolas a través del telescopio con lentes de gran poder de amplificación, que las normalmente sencillas y variadas bandas que cruzan su disco eran zonas nubosas. Los espacios más brillantes eran las nubes y sus formas se definían claramente mientras se movían como si estuviesen bajo la influencia de un viento rotatorio, tal como los cúmulos y cumuloestratos que en ese momento la corriente terrestre del nordeste empujaba hacia Tenerife, ante nuestros ojos y bajo nuestros pies. En cada una de las tres noches en que tomamos apuntes de lo que veíamos a través del telescopio observando esas nubes de Júpiter el efecto de la rotación del planeta era muy evidente; además de eso, había cambios a cada minuto en la posición relativa y en las formas de las masas de vapor en cada hemisferio, lo que confirmaba tanto la presencia de vientos como la efímera naturaleza de esos vapores. Pero más chocante aún era el testimonio proporcionado por las formas más constantes de la nube que mejor se divisaba hacia la parte ecuatorial del planeta. En esa región uno no podía observar sin tener la impresión de que veía un firmamento surcado por el viento. […] Debido quizá a los efectos causados por la perspectiva, las zonas polares aparecían tranquilas y la banda ecuatorial estaba algo más en calma, más proclive a los estratos y cirroestratos que a los tormentosos cumuloestratos de los trópicos.
Charles Piazzi Smyth, Tenerife: La experiencia de un astrónomo (1858)
Traducción de Emilio Abad Ripoll