Primeras observaciones
Observaciones con un ecuatorial, Las Cañadas, 1856
Una fotografía que tomamos al atardecer nos muestra el Ecuatorial ya montado y casi en posición. Se eleva al amparo de un ancho dique de madera relleno de piedras para hacerlo más pesado y ofrecer más garantías de resistencia al viento. Los dos marineros están sentados entre las cajas del embalaje con aspecto de encontrarse muy cansados. Uno de los vientos de la tienda cruza la escena y en la distancia se encuentra el magnífico Pico del Teide, levantando hacia el cielo su cono, parecido a un pilón de azúcar. A sus pies, a poco más de 3.560 metros, se percibe aún una mancha de nieve recuerdo del último invierno, y debajo de ella nacen por todas partes las coladas de lava y pumita de diversos colores, pero que apagados por la distancia constituyen un buen fondo para la fotografía.
“Deleitado y sorprendido”, dice nuestro diario astronómico en la entrada correspondiente a las 8 de aquella tarde, “con la maravillosa y perfecta definición de las estrellas que vemos a través del telescopio. Con un grado de amplificación de 150, todas muestran discos y anillos tan perfectos como nunca los habíamos contemplado con este instrumento”.
Después, viendo la constelación de la Osa Mayor descender por detrás del Pico y sintiendo cierta consternación por no disponer de una estación en sus faldas […] estudié las inmersiones de diferentes estrellas con la máxima potencia que me permitía el telescopio, tratando de detectar cualquier efecto de extraña refracción que pudiera producirse como consecuencia de vapores calientes en la zona de terreno que no era visible desde nuestro observatorio.
[…] A lo que se unía esta conclusión: “Teniendo en cuenta que las inmersiones perfectas tienen lugar a alturas muy bajas, entre 0º y 9º, no parecen existir razones para temer una excesiva perturbación de la visión como consecuencia de los vapores calientes emanados desde el Pico, incluso aunque el telescopio se instalase en sus laderas. Por otra parte, si se pudiese establecer la estación a una altura superior a la actual, se podrían obtener inmensas ventajas al situarse por encima del obstáculo de la calima polvorienta, que parece constituir, para un observador situado por encima de las nubes, el principal escollo que aún existe para alcanzar una clara visión de los cuerpos celestes”.
Charles Piazzi Smyth, Tenerife: La experiencia de un astrónomo (1858)
Traducción de Emilio Abad Ripoll