Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Guachinche con mujeres

En Arico conocí a un hermano de Don Ramón, de Granadilla, un caballero con menos prejuicios que la mayoría de los nobles españoles. Aunque la noticia de que mujeres inglesas habían escalado el Teide le dejó estupefacto, admitía que a las jóvenes canarias se les debía permitir moverse y entretenerse a su gusto, tal y como hacía sus hermanas inglesas, y no obligarlas a vivir en su actual confinamiento.

[…] Tras la cena mi anfitrión quiso distraerme mostrándome un poco de la vida oculta de un pueblo tinerfeño. Convocó a dos o tres jóvenes locales y nos dirigimos hacia las afueras, a una pequeña cueva excavada en la roca. Era un inhóspito agujero, a través de cuyo techo de toba se filtraba la lluvia que caía en ese momento. Ocupé una banqueta, dispuesto a pasarlo bien. Una vieja bruja que cuidaba del antro colocó delante de nosotros un plato de agua salada con chochos crudos y una botella de vino. Los muchachos se dedicaron a lanzarlos contra la nariz de la anciana, blanco fácil de atinar al tratarse de una roja y enorme protuberancia. Mas este no era el uso correcto de dichas legumbres. Había que sacarlas del agua salada y comérselas junto con el vino.

Después entraron tres muchachas. Resultaban muy atractivas a la escasa luz de nuestra única vela de sebo. No eran tímidas, por lo que cuando se convirtieron en blanco de los altramuces, aceptaron el reto con tal ánimo que en pocos momentos aquel lugar se transformó en un campo de batalla. Lo peor llegó cuando la más descarada, de hecho la más hermosa de las tres, me preguntó a bocajarro si no me había enamorado de sus ojos negros. Una vez que le dediqué todos los halagos que ella esperaba comencé a bostezar con tal energía que no tuve más remedio que desear las buenas noches a los juerguistas e irme a la cama, dejando tras de mí, no me cabe la menor duda, una muy baja opinión de la galantería inglesa.

Charles Edwardes, Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888)

Traducción de Pedro Arbona Ponce