Antimaquinismo
Contra el progreso
¡Qué escena tan agradable, qué alivio poder saludar a una población que no sabe nada de la miseria social! No me refiero a la pobreza, el dolor y las penas de la vida, que de esto también en La Palma cada uno tiene que cargar lo suyo, y tampoco en la más feliz de las Islas Afortunadas Puede Dios ahorrar al ser humano esta lección. Me refiero, más bien, a las desgracias que el hombre genera con la gran industria, con la eliminación de la mano del hombre y sus sentimientos, frente a la máquina insensible, el vapor y las artes endemoniadas con que nos envenenamos en Europa, creyendo que nos benefician.
[…] Quien quiera hacer comparaciones, quién quiera averiguar hasta qué punto la promiscuidad de un trabajo colectivo y abrumador empeora al ser humano física y moralmente, que no sólo vaya a nuestros cantones alpinos o a las marismas del Mar del Norte, ya que también a estos lugares ha llegado lentamente la mala sangre y el veneno de los distritos industriales, a través del liberalismo y la inmigración. Que vaya a La Palma, la Thule de Occidente. También allí el ser humano es pobre; vive de una forma más modesta y sencilla que los proletarios de nuestras ciudades, pero ha mantenido, felizmente, la dignidad humana, la alegría, la benevolencia y las demás virtudes de la pobreza. El campesino más pobre, sin envidia y consciente de su propia valía, mira a los ojos al ciudadano más rico y desconoce lo que es el alcohol, lacra del pueblo europeo. También es verdad que le ayuda un clima incomparable, donde no existe la necesidad de la protección contra el frío, porque para hervir las papas y el pecado salado sólo hacen falta unos carbones que en una vieja cacerola de hierro, en plena calle, son avivados por los pulmones de la cocinera, lo que soluciona gran parte de la casi inexistente problemática social.
Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)
Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández