El viajero como Robinson
Un Robinson en La Graciosa
A fin de aprovechar mejor la jornada que debíamos pasar en La Graciosa comenzamos simultáneamente nuestras exploraciones desde puntos opuestos y convinimos reunirnos a continuación en la tienda que se había instalado cerca de nuestro lugar de desembarco. Nuestros acompañantes volvieron al mar para continuar la pesca; mi compañero se dirigió hacia la parte occidental y yo, en solitario, tomé la dirección de la punta de Pedro Barba, que se prolonga hacia el este.
Querría dejar constancia aquí de todo el gozo que experimenté durante esa excursión: me sentía tan feliz de hallarme solo, entregado completamente a mis reflexiones, libre de toda obligación, caminando y actuando según mi voluntad; cantaba, reía, declamaba y hacía mis travesuras como un colegial en vacaciones. ¡Oh, esa libertad de acción y de pensamiento que nada turba, que ningún motivo de fastidiosa conveniencia viene a contrariar, es algo muy seductor para el corazón humano! Pero seamos francos, el encanto del que disfrutaba en soledad se desvaneció al cabo de pocas horas; ese aislamiento, esa vida independiente, ese retorno a la vida salvaje no fueron para mí más que un instante de capricho. El papel de Robinson no es fácil de interpretar. La parte de la isla sobre la que reinaba como soberano absoluto durante media jornada era pródiga en caza y yo detentaba derecho de vida y muerte sobre todo ese mundo. No obstante, lo usaba con moderación.
Sabin Berthelot, Misceláneas canarias (1839)
Traducción de Sergio Toledo