Procesión en Güímar
Desde mi habitación, con santos en cada una de sus paredes, pude seguir al chico en su camino hacia la iglesia de Güimar. Los habitantes de este lugar tienen fama de ser los más fanáticos de la isla en asuntos de religión. Sus sacerdotes son omnipotentes.[…] No creí actuar incorrectamente al circular por la ciudad con mis ropas de montar y mi sombrero blanco. Al poco rato comprobé que los ciudadanos y sus familias, asomados a las ventanas o azoteas, vestían de negro de arriba abajo y no llevaban sombrero. Como extranjero pensé que se excusaría mi parcial conformidad con sus costumbres. Sin embargo, no fue así. […] El resultado fue que a lo largo de aquella plaza, de unas ciento cincuentas yardas, estuve sometido a toda clase de burlas, insultos y amenazas, hasta la misma puerta de la iglesia. Un joven se acercó con el propósito de descubrirme, mas se contuvo.
[…] Los mismo sacerdotes, en lugar de apaciguar los ánimos en esta exhibición pública de hostilidad, se limitaron a mirarme amenazadoramente en el pórtico, mientras entraban uno a uno en el templo, con lo que hombres, mujeres y niños no tardaron en seguir el ejemplo de sus gobernantes espirituales. […] No obstante, ya que yo no tenía la intención de humillarme en público después de tantas ofensas e insultos, permanecí en la plaza el tiempo que quise, para luego volver a recorrer la plaza simulando, espero que convincentemente, no reparar en la existencia de los cientos de ciudadanos y jóvenes de Güimar que aún permanecían afuera. Ellos, por su parte, no dudaron en continuar con sus comentarios groseros y desvergonzados, a los cuales permití entrar por un oído y salir por el otro.
Charles Edwardes, Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888)
Traducción de Pedro Arbona Ponce