Fiesta
Cuando llegó la noche nos quedamos sorprendidos al oír por todas partes los sonidos y los silbidos de una trompa (consiste en una simple concha agujereada). Era la señal de llamada. El secreto había sido tan bien guardado que no nos habíamos enterado de sus proyectos. Una delegación nos vino a buscar para llevarnos a la sala de baile. Esta sala era, simplemente, la casa más grande del pueblo. Construida con piedra seca, como la mayoría de las demás viviendas, sólo estaba cubierta por un techo de paja. Su mobiliario consistía en un tabique de caña, detrás del cual se encontraba una especie de camastro, un arcón, un zurrón para el gofio y un recipiente para el agua. Para la fiesta se había añadido a este mobiliario primitivo un gran banco, compuesto de troncos de pinos amontonados unos sobre otros y cubiertos con mantas de lana. Otro tronco, colocado delante y cubierto del mismo modo, formaba una grada. Ese estrado estaba destinado para nosotros. No habían querido dejarnos de pie ni permitir que nos sentáramos en cuclillas, como la gente del país.
Una de las cosas que más me chocó fue el sistema de iluminación. En un rincón, al lado de un brasero, se encontraba un montón de fragmentos de pino canario partidos en trozos bastante finos, Un anciano, inmóvil como una estatua, sostenía en la mano uno encendido. Cuando se acababa, otro anciano encendía uno nuevo que mantenía para permitir descansar al primero. La orquesta se componía de un tambor desfondado por un lado. Sobre la piel, que había resistido las duras pruebas que habían debido endurecerla, una mujer vieja, una auténtica bruja, marcaba el paso golpeándola con el puño cerrado y contadas sus fuerzas, acompañando a esa música con gritos roncos que sin duda debía considerar muy armoniosos. Un segundo músico se mantenía en el umbral de la puerta, Era un pastor, que sacaba a la flauta de caña todos los sonidos que saben sacar los pastores canarios. Nos hubiésemos podido creer en el siglo XIV, oyendo esa música y viendo a esta gente, situada en dos líneas paralelas, una enfrente de otra, dándose la mano y marchando uno detrás de otro dando grandes saltos.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis