Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Paisajes

El Golfo (Stone, 1887) El Golfo (Stone, 1887) En primer lugar estudié los alrededores de Valverde, donde algunas cuevas conservan todavía restos de los primitivos habitantes de la isla (los bimbaches, pues solo se llaman guanches los aborígenes de Tenerife). En el puerto de El Hierro se encuentra el pozo de Temijiraque, un curioso pozo que, según declaraciones concordantes de los isleños, se llena en la bajamar y se vacía con la pleamar, pero que solo contiene agua dulce, comportamiento que se explica por su conexión con una segunda concavidad subterránea, que a su vez desagua en el mar mediante una suerte de sifón. Por encima de Valverde y Tiñor parece que un cráter emitía fumarolas hace solo 50 años; los viejos dicen acordarse de que con el vapor del agua caliente que de allí salía se podían cocer los mariscos (Patella y Turbo), tan sabrosos para los herreños. Sin embargo, en el lugar que me señalaron, no pude ya descubrir ya huella alguna de la actividad del fuego subterráneo.

Uno de los miradores más hermosos de Canarias es, sin discusión, el Paso de Jinama, por donde atraviesa la parte alta del camino que lleva de Valverde a las localidades de El Golfo. Cuando ya hace algún tiempo que han quedado atrás la mísera chozas de La Albarrada y pasando la desierta meseta, llena de conos volcánicos, en la que se oye el crujido que provocan el caminante y las numerosas ovejas, que pastan sueltas y sin que nadie las guarde, al pisar sobre las negras cenizas volcánicas, y cuando hace tiempo también que han quedado atrás las oscuras cintas de antiguas corrientes de lava y los ásperos murallones de piedra, aparece de repente la escarpada vertiente noroeste, en su mayor parte poblada de vegetación, la cual encierra, como un anfiteatro, El Golfo y sus agradables poblados, sus campos de cultivo, sus viñedos e higueras, sus conos volcánicos y corrientes de lava. Hasta nosotros llegaba el retumbar del oleaje y su blanca espuma bañaba los arrecifes que tanto temen los marinos.

Karl von Fritsch, Las Islas Canarias: Cuadros de viaje (1867)

Traducción de José Juan Batista y Encarnación Tabares