Vida cotidiana
El comercio interior es completamente nulo; así debe ser en un país donde cada uno puede arreglárselas solo. Excepto cinco o seis familias, herederas de antiguos feudos, el terreno está bastante bien repartido. Cada propietario cultiva su propia tierra y obtiene sus propios recursos. En la época de las cosechas, la población completa sale de sus hogares desde el amanecer. Si en esos momentos alguien pasa por un pueblo, creería estar en un país abandonado. La igualdad de las fortunas ha conducido a la de las condiciones. Todos los herreños tienen el mismo aspecto; la choza del pastor, la granja del labrador y la casa del aldeano, ofrecen la misma uniformidad. Un establo o un cobertizo para los animales domésticos, las bodegas para el vino y los graneros para las otras cosechas, constituyen las dependencias de la vivienda; los instrumentos de labranza, los utensilios imprescindibles para la carpintería, un molino de mano para el grano, el bastidor para tejer, algunas esteras, canastas y unos cofres heredados componen todo su mobiliario.
El jefe de la familia, los niños y los sirvientes se ponen mano a la obra y se ocupan alternativamente de los cuidados interiores y de los trabajos del campo, confeccionando ellos mismos los muebles, utensilios, vestidos e incluso el calzado. Las mujeres realizan buena parte de estos trabajos diarios. Así, el que quisiera ejercer exclusivamente un oficio, no encontraría nada que vender a los otros. De esta suficiencia a las necesidades de la vida resulta un bienestar que excluye el lujo y aleja la pobreza. Por eso, la mendicidad y todos los vicios que ocasiones son desconocidos en este pueblo de buena gente.
Si una familia demasiado numerosa no puede alimentar a todos sus miembros, es raro que los individuos que sobran se queden a su cargo en el país. Los herreños son los auverneses de Canarias. Viera los ha comparado con los gallegos. Muchos se van a las islas vecinas y venden sus servicios al mejor postor. Interesados como todos los montañeses, no obstante son buscados por su probidad. Ingeniosos por instinto, aprovechan el tiempo libre para aprender a leer y a contar y se ha observado que siempre han comenzado sus primeros ejercicios por los números. Ahorradores ante todo, regresan a la isla con sus ahorros, recuperan sus buenas costumbres y se reintegran alegres en su primer género de vida.
Sabin Berthelot, Historia natural de las Islas Canarias, Geografía descriptiva (1839)
Traducción de José Antonio Delgado Luis