El cedro
En la cumbre caminé por ese bosque, tan atractivo y refrescante, que ocupa todo el centro de La Gomera y que bien explotado sustentaría, sin duda, toda una importante industria maderera, de la que se podrían nutrir constantemente los alfareros y carboneros que practican su oficio en la isla. Los carboneros queman el carbón que se emplea para cocinar de manera muy rudimentaria, en esas carboneras que son tan usuales en el sur de Europa: apilan la leña en unos fosos pequeños, le prenden fuego y poco después ahogan la llama, cubriéndola con tierra. El bosque de El Cedro se compone de las distintas especies de laureles canarios, delgados y de altos troncos, de numerosas hayas (Mirica faya) y de mocanes (Visnea mocanera), mezclados con brezos (Erica arborea y scoparia).
Otras espesuras más pequeñas se componen solo de brezos. Pero no se encuentran ericáceas allí donde los laureles, con sus delgados troncos de más de 30 metros de altura y sus frondosas copas siempre verdes conforman los paisajes más hermosos, superando incluso en belleza y frescura a los hayedos de los oquedales alemanes. La Gomera tiene que agradecer al El Cedro su abundancia de agua, que presta al paisaje el encanto de espléndidas cascada, pero que también debería ser utilizada para la agricultura en mucha mayor medida de lo que se hace. También tendría más éxito esta utilización si el feudalismo y las desventajosas relaciones de propiedad, que precisamente se dan en esta isla, no tuvieran a sus habitantes más oprimidos y retrasados en su desarrollo que en otras.
Karl von Fritsch, Las Islas Canarias: Cuadros de viaje (1867)
Traducción de José Juan Batista y Encarnación Tabares