El silbo
Desde el comienzo de mis exploraciones por la isla oía silbar en todas direcciones. Cuando la gente que se encontraba en las montañas se paraba, mi guía respondía de la misma manera. Al principio creí que se trataba de simples signos convencionales, como los que había oído en el resto del archipiélago. Sin embargo, no tardé en observar que los sonidos variaban en su timbre, ritmo, etc. A veces los escuchaba suaves, melodiosos, y a veces graves, agudos, desgarradores. Tan pronto eran acompasados, precipitados, imperativos, como si el hombre que los emitía diese una orden, o al contrario, se volvían lastimeros, suplicantes. Me hallaba, como es natural, muy intrigado, aunque lejos de sospechar la verdad: se había establecido una conversación entre mi guía y la gente que había por los alrededores. El tema era mi persona.
[…] Este lenguaje no está, por tanto, limitado a signos convencionales. Permite expresar todos los pensamientos y articular todas las palabras. La gente, que no me había visto sino desde muy lejos, estaba ya bien informada sobre mí. Sabía, incluso, que venía de Francia, país del que muchos de ellos, un momento antes, ignoraban hasta el nombre.
[…] El procedimiento empleado por los gomeros para producir los sonidos que requiere una lengua semejante consiste en introducir en la boca un dedo de cada mano, cuya posición van modificando. Tan pronto los separan como los unen; a veces los ponen derechos y a veces los doblan. En este último caso, la convexidad puede ser dentro o fuera, en alto o en bajo. Si a estas diferentes posiciones unimos las que sufren los labios, la lengua y la laringe comprenderemos la cantidad de sonidos que se pueden emitir. Estos sonidos tienen un alcance prodigioso cuando los interlocutores están situados en condiciones favorables, por ejemplo, cuando uno se encuentra en lo alto y el otro en lo bajo de un barranco. Por este procedimiento he oído conversaciones a una distancia de tres kilómetros.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis