La cochinilla
Después de descansar unos minutos, salimos a ver el paisaje y los terrenos de los alrededores. Justo al lado de la casa estaban recogiendo cochinilla así que pedimos permiso para observar el proceso. Las palas de los cactos estaban completamente blancas de la cantidad de insectos que tenían. Las mujeres estaban atareadas quitando los bichos con pequeñas escobas o brochas. Cogen cada pala por el extremo con mucho cuidado, para no pincharse, y después cepillan la cochinilla haciendo que caiga en grandes cestas de mimbre, ovaladas y poco profundas, parecidas a un escriño, de alrededor de un pie ancho por dos pies de largo, y después secan los insectos en un horno. Las mujeres estaban cubiertas con el polvo grisáceo de los insectos.
Don Manuel nos dice que el precio de la cochinilla solía ser de seis chelines la libra, tres de los cuales iban al Gobierno; ahora obtiene solamente siete peniques medio por cada libra. Desde luego, es una ventaja para el futuro de las islas que ya no se amasen fortunas con la cochinilla. Durante los pocos años que se cultivó, a la gente la invadió el fuerte deseo de hacerse rica, la moda era ser extravagante, se comenzaron a construir edificios inmensos, y muchas veces inútiles, que nunca se terminaron debido al repentino declive de dicho comercio y se olvidaron todos los otros grandes recursos potenciales de las islas. Todo el dinero y la tierra estaba dedicado a la cochinilla, no hubo grandes cosechas, ni cultivo alguno que no fuera el del cactus de la cochinilla y los isleños se entregaron a una especie de disfrute desenfrenado de las fortunas que hacían. El resultado fue que, tras el descubrimiento de la anilina sintética, todos los habitantes, desde lo más alto hasta lo más bajo de la sociedad, quedaron casi reducidos a la más absoluta pobreza. Cuando llegó la quiebra, la caída fue tan grande que sólo en la actualidad las islas comienzan a recuperarse.
El cultivo de cereales, tabaco y café promete, sin embargo, traer una prosperidad más sólida y duradera a todas las clases sociales. La vida se vive con una intensidad más equilibrada, en vez de la febril e intensa excitación que antes invadió a toda la comunidad. Desde el punto de vista artístico, sólo podemos alegrarnos de que el cultivo del cactus se haya reducido al mínimo, ya que es horroroso y estropea el paisaje rural completamente.
Olivia Stone, Tenerife y sus seis satélites (1887)
Traducción de Juan Amador Bedford