Procesión en Agulo
Bosques espesos cubren las alturas que se encuentran al sur de Agulo. Contienen numerosos laureles, entre los que se encuentran el palo blanco y el barbusano. Estas maderas se exportan a Tenerife en pequeñas cantidades, para no despoblar los montes. […] En estos bosques fue por donde nos adentramos para ir a Vallehermoso. Nuestros anfitriones de Agulo quisieron acompañarnos hasta la vista del pueblo donde debíamos ir a parar. Sin yo saberlo, habían enviado varios criados cargados de víveres, que debían esperarnos en un claro que les habían indicado.
Era el 25 de abril, fiesta de San Marcos, patrón de Agulo. Me acuerdo de esta fecha a causa del grotesco espectáculo que vimos al salir del pueblo. Apenas habíamos recorrido tres kilómetros cuando percibimos en la montaña una procesión especial. Hombres y mujeres de todas las edades, vestidos con llamativos oropeles, avanzaban en fila india por un estrecho sendero. Unos llevaban panderetas, otros guitarras y todos desfilaban cantando gravemente, entremezclando en sus cánticos estribillos picarescos. Muchos parecían haber bebido más de la cuenta. Esta mascarada, según la creencia popular, gustaba enormemente al santo patrón de la localidad. Pero lo que más me chocó no fueron los cantos un poco picantes y el estado de embriaguez de ciertos fieles, pues ya estaba acostumbrado a ver estas cosas allí y sabía que en Canarias las fiestas religiosas son casi siempre un motivo para cometer excesos, sino esa costumbre de ir en procesión a las montañas.
Ya he dicho que los antiguos habitantes acudían a los lugares más elevados para celebrar sus prácticas religiosas. La gente de Agulo parece haber conservado algo de esa tradición. Después de la misa van a visitar los lugares escarpados que servían de templos a sus antecesores guanches. Es verdad que ellos ignoran hoy día el origen de tal costumbre, pero yo sólo veo en ella una herencia de los antiguos isleños, que les dieron también el gofio de raíces d helecho, la miel, el licor de dátiles y la lengua silbada. Si se pule un poco al habitante actual de La Gomera se verá aparecer el guanche.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis