Subir al Teide
En la época en que no había carretera hacia la zona de monte, sino sólo caminos y largos tramos de senderos muy estrechos, había que contratar porteadores y guías para subir a Las Cañadas. Por entonces, sólo a los extranjeros se les antojaba subir al Teide, bien para emprender algún tipo de investigación científica o bien por la mera curiosidad que mueve siempre al viajero. Los nativos que llegaban hasta allí eran muy pocos: los heleros –que traían el hielo desde el Teide–, los pastores –que en verano llevaban sus rebaños de cabras a los retamares– y algunos apicultores que fabricaban miel de retama en Las Cañadas.
El camino se hacía a lomos de mula o de caballo y el punto de partida era casi siempre el Puerto de la Cruz o La Orotava. La subida empezaba enseguida, casi en la misma playa del Puerto, en el propio pueblo y, salvo por algunos lugares llanos a pie de los senderos –que se aprovechaban para descansar–, se hacía largo y fatigoso.
“El jueves 13 de agosto, a las diez y media de la noche salí del Puerto de La Orotava en compañía de cuatro ingleses más y de un holandés, con caballos, unos sirvientes que llevaban nuestras provisiones y un guía. […] A las once y media llegamos a la ciudad de La Orotava, que se encuentra a unas dos leguas del Puerto, donde nos detuvimos alrededor de media hora para adquirir unos bastones que nos ayudaran en nuestra ascensión por la pendiente del Pico. […] A las nueve de la mañana del miércoles llegamos a la Estancia, que está aproximadamente a un cuarto de legua por encima del pie del Pico, en la parte este; allí se elevan tres o cuatro grandes, duras y sólidas rocas negras; bajo algunas de ellas pusimos los caballos y bajo otras nos echamos a dormir después de habernos refrescado con un poco de vino; e hicimos fuego para preparar nuestra comida, en el que un cocinero que habíamos llevado asó y guisó muy bien carne y gallinas. […] El interior de la cima del Pico es un hoyo muy profundo, llamado La Caldera, cuya parte más honda se encuentra en el lado sur. […] La tierra que se encuentra dentro de la caldera, si se enrolla finamente y se pone sobre una vela arde como el azufre. Varios sitios del interior del cráter son muy ardientes, así como otros en el exterior. […] La información sobre la dificultad de respirar en la cima de este lugar es falsa, pues nosotros respirábamos tan bien como si hubiésemos estado abajo.”
J. Edens, 1715
Traducción de José Antonio Delgado Luis