Un ermitaño en el volcán
“En primer lugar, nos acercamos a la montaña humeante y vimos salir fuego todavía, como ya he dicho. Luego nos dirigimos hacia otra colina donde podíamos satisfacer nuestra curiosidad con idéntico placer y menos riesgo. Allí encontramos un ermitaño que valía la pena conocer. […]Aparentaba unos 45 años. Pero el interior de ese hombre nos llamó aún más la atención. Primero nos dirigió un saludo digno de los más sutiles y educados cortesanos y al poco rato captamos todo su saber de gran filósofo, nada le era desconocido. Nos habló de geografía como lo haría un hombre que hubiera medido el Globo entero con sus manos. […] Pero aún era más admirable cuando hablaba como físico y médico que como geógrafo. Parecía haber presenciado la formación de todos los seres del mundo y haber manipulado todas las sales, esencias, azufres y espíritus que los componen. Nos dio, en especial, una explicación anatómica del cuerpo humano tan erudita, tan profunda y tan sensible que estuvimos tentados de creer que era capaz de reparar todos sus mecanismos. […] Sin embargo, humilde como un auténtico sabio, nos dijo que el saber que le elogiábamos valía muy poco, que no había en él ningún motivo de vanidad y que debía reconocer que todo aquello que el hombre más docto hubiera aprendido era siempre limitado, problemático e incierto en muchos aspectos y, sobre todo, incomparable con lo que aún quedaba por conocer. […] El 13 de octubre, cerca de las tres de la madrugada, aparejamos con viento del nordeste, poniendo rumbo sur cuarto sureste y hacia las seis de la tarde oímos un ruido terrible y vimos todo el firmamento en llamas sobre la isla que acabábamos de abandonar.”
Dralsé de Grand-Pierre, octubre de 1712, Volcán del Charco, isla de La Palma
Traducción de las autoras de Viajeros franceses a las Islas Canarias