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Imagen de la semana 3 de julio de 2009

© Proyecto Humboldt. Cedido para su digitalización por Jardín de Aclimatación de La Orotava

El orchillero Manuel

Fuente bibliográfica: "Histoire naturelle des îles Canaries I, 2. Les Miscellanées Canariennes." (Barker Webb, Phillip, 1839)

Sabino Berthelot quiso que en sus Miscellanées Canariennes quedara retratado el hombre que vemos en la imagen: es Manuel, conocido por su destreza para recolectar la orchilla —Roccella canariensis—. Ciertamente, el de orchillero era un oficio peligroso, pues se practicaba sin la protección de arnés ni de ningún otro tipo de sujeción, y el cuerpo, apoyado sólo en una tabla, quedaba pendiendo de una cuerda, a la que había que mantenerse asido con una mano mientras con la otra se sujetaba un garabato para raspar la orchilla y hacerse con ella.
Habiendo observado las acrobacias y la agilidad del orchillero Manuel para llegar a los lugares más inaccesibles, Berthelot le propuso que buscara vestigios de la población aborigen por barrancos y acantilados. A cambio, si encontraba alguna cueva mortuoria intacta, lo premiaría con una escopeta de caza y 10 piastras. Pasados tres largos meses, cuando Berthelot había perdido la esperanza de hallar restos guanches, incluso de volver a saber del orchillero, el mismo Manuel fue a dar con él para anunciarle que había encontrado una cueva hasta entonces desconocida, a unos 60 metros de altura en una escarpada pared de basalto del barranco de Valleseco, cerca de Santa Cruz. Por fin, Berthelot podría ver guanches, muertos, pero tal cual habían sido depositados en su lecho fúnebre.
Berthelot y Manuel, con la ayuda de otros dos orchilleros, lograron acceder con tremenda dificultad a la cueva, incluso sacaron la momia y la descolgaron por el barranco para llevársela. Sin embargo, Berthelot, viendo que el esqueleto estaba descoyuntado, sin brazos ni piernas, terminó regalándosela a Manuel: más adelante se habría de lamentar de haber cometido semejante tontería. Berthelot volvió a encontrarse con ella cinco años más tarde en el Gabinete de Historia Natural de Ginebra y supo que Manuel se la había terminado vendiendo en el Puerto de la Cruz a un señor suizo. Antes de que le confirmaran su procedencia, ya la había reconocido: sin piernas ni brazos, el cuello dislocado, el busto bien conservado de carnes intactas y el rostro de horrible sufrimiento.

Texto: Masu Rodríguez