Imagen de la semana 25 de septiembre de 2009
© Proyecto Humboldt. Cedido para su digitalización por el Jardín de Aclimatación de La Orotava
Vista de una plaza del Puerto de la Cruz, 1839
Fuente bibliográfica: "Histoire naturelle des îles Canaries I, 2. Les Miscellanées Canariennes. Planches." (Barker Webb, Phillip, 1839) En la época en que J.J. Williams hizo este dibujo a la plaza no se la llamaba todavía plaza de la Iglesia, sino plaza de la Pila y, salvo su emplazamiento, no queda hoy nada de aquella fuente, pues se sustituyó en 1900 por una de piedra ornamental con cisne al centro. Tampoco se conservan los balcones de tea de la fachada de la iglesia: se quitaron en 1898 para construir una torre de estilo neogótico. El actual Puerto de la Cruz ocupa la franja costera donde desemboca el Valle. A pesar de que desde mediados del siglo XVII los portuenses ya venían manifestando la voluntad de que se les demarcara un territorio propio, el lugar siguió dependiendo de La Orotava durante mucho tiempo y continuó llamándose Puerto de La Orotava hasta que en 1808 obtuvo oficialmente total autonomía como municipio. Desde que la erupción volcánica de 1706 arrasara el muelle de Garachico, el Puerto de la Cruz experimentó una creciente actividad económica, en buena medida gracias al comercio de la caña de azúcar y del vino. Esa circunstancia, unida a la excelencia de su clima, de temperaturas cálidas y constantes, hizo aumentar visiblemente la afluencia de viajeros europeos a lo largo del siglo XVIII y sobre todo del XIX. Muchos de ellos dejaron por escrito el testimonio de su visita y de su experiencia, por lo que no faltan datos históricos para aclarar el curso de los acontecimientos. Unos venían por motivos terapéuticos, atraídos por la promesa de un clima saludable, otros por el afán de descubrir la naturaleza rica y singular de la que hablaban los naturalistas europeos que habían pasado por el Archipiélago y algunos para hacer negocios comerciales o turísticos. Las infraestructuras hoteleras iban mejorando a la par que aumentaba el número de extranjeros. A finales del siglo XIX el Puerto podía ofrecer una variedad de establecimientos considerable: fondas, pequeños hoteles familiares y un establecimiento de gran lujo, el Hotel Taoro.
Desde hace muchos años la impresión que da contemplar el valle inmenso de La Orotava, que baja en pendiente desde las cumbres más altas de la isla, flanqueado al este por la ladera de Santa Úrsula y al oeste por la de Tigaiga, es muy diferente a la que tuvo Humboldt cuando dijo emocionado aquello de: Después de haber paseado por las orillas del Orinoco, las cordilleras del Perú y los hermosos valles de México, tengo que confesar no haber visto, en parte alguna, una imagen tan armónica, tan diversa, tan atrayente por la distribución de verdes y masas rocosas.
Texto: Masu Rodríguez