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Imagen de la semana 23 de octubre de 2009

© Proyecto Humboldt. Cedido para su digitalización por el Jardín de Aclimatación de La Orotava

Villa y Valle de La Orotava

Fuente bibliográfica: "Histoire naturelle des îles Canaries I, 2. Les Miscellanées Canariennes. Planches." (Barker Webb, Phillip, 1839)

Es cierto que hoy, hasta para un natural de La Orotava, la imagen puede resultar irreconocible, a no ser que se fije en la bóveda de la iglesia de la Concepción y, por deducción, vaya poco a poco ubicando el Convento de Santo Domingo, la Casa Franchy -por el célebre drago, aunque ya hace mucho que desapareció-, la Casa Monteverde, la Casa Lercaro y el Convento de San Francisco. Sin embargo, así era La Orotava a mediados del siglo XIX, una suerte de hilera de casas señoriales, conventos y plazas construida en la pendiente del Valle. Todavía por entonces -como en la rus in urbe del poeta latino Horacio- los campos de cultivo, las fincas y los jardines irrumpían en calles y casas. No había industria, ni comercio, ni teatro, ni periódicos, ni escaparates. La gente vivía pobremente; algunos subsistían gracias a sus cosechas y otros trabajaban para los grandes señores de la oligarquía orotavense, dueños de las haciendas y mayorazgos, cuyo linaje les había otorgado una altanería hereditaria que no pasó desapercibida a muchos viajeros.

En ese lugar de atmósfera tibia y suave vivió Sabino Berthelot sus años más despreocupados. Alojado en la preciosa Casa Franchy en una habitación con vistas, su vida fluía entre paseos, tertulias y excursiones. Este grabado de Alfred Diston refleja parte del sentimiento de Berthelot por el lugar amado, hay en esa mirada sobre el paisaje algo de aquella frase de los marineros del Pacífico que Berthelot hacía suya: Buen tiempo, mar tranquila, sin novedad.

Texto: Masu Rodríguez