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Imagen de la semana 12 de febrero de 2010

© Proyecto Humboldt. Cedido para su digitalización por la Universidad de la Laguna

Perfiles fitostáticos de la isla de La Palma

Fuente bibliográfica: "Histoire naturelle des îles Canaries. Atlas." (Barker Webb, Phillip, 1838)

En 1799 Alexander von Humboldt, durante una escala en Tenerife, observó que la distribución de las especies botánicas en la isla tenía que estar directamente relacionada con los efectos de la altitud y el clima. A partir de ahí elaboró un esquema en el que distinguió 5 pisos de vegetación diferentes desde la costa hasta la cumbre. Desde su publicación, ese esquema de Humboldt se ha dado por válido e indiscutible en las descripciones de la vegetación canaria, hasta que en los últimos años se han oído algunas voces invitando a la lectura de las crónicas historiográficas, pues a través de ellas podemos comprobar cómo la presión humana ha transformado tanto la vegetación y el paisaje de las islas -a partir, sobre todo, de la Conquista castellana-, que, en rigor, el esquema de Humboldt sólo podría verificar la distribución vegetal canaria en la época de su visita. En 1838, Sabino Berthelot redujo los 5 pisos delimitados por Humboldt a 3: son los que aparecen en la imagen aplicados, en este caso, a la isla de La Palma.

Berthelot, a diferencia de Humboldt, sabía que el hombre había transformado prácticamente a su antojo la configuración del paisaje insular y que lo que iba quedando no sólo era el resultado de la altitud y las temperaturas, sino de la implacable presión humana.

Berthelot (1838) dice: Antes de la Conquista de Canarias, la región laurífera debía extenderse hasta la vecindad del litoral, por todas partes donde la exposición y las demás causas influyentes favoreciera el desarrollo de los árboles. Los primeros navegantes que visitaron estas islas hablaron de ellas como una región boscosa junto al mar, pero hoy en día los bosques están lejos de la orilla. Cuando Pedro de Vera y Alonso de Lugo se adueñaron de la parte occidental del Archipiélago, quisieron explotar en su provecho este suelo todavía virgen y los repartos de tierra entre los jefes y los soldados fueron los primeros resultados de su victoria, de modo que a la guerra de expoliación sucedió la devastación de los bosques. Apresurados por disfrutar de su conquista, los nuevos dueños recurrieron al incendio como medio más rápido para acelerar el desbroce y prosiguieron este sistema de explotación con un encarnizamiento inaudito.
Pronto todo cambió de aspecto: los árboles nativos cedieron su antiguo lugar a las plantas exóticas, la vegetación primitiva fue rechazada por los cultivos hasta los sitios más agrestes y los bosques, mermados por todas partes, se abrieron en vastos claros. Lugo, más clarividente que sus compañeros, sacó algunas ordenanzas y quiso regularizar las plantaciones, pero las medidas conservacionistas a las que recurrió no hicieron sino retrasar las funestas consecuencias que había previsto. Tenerife no durará 200 años, decía al dictar su testamento.

Texto: Masu Rodríguez