El origen del turismo en Canarias hay que situarlo en el siglo XIX, aunque en el sentido estricto de poder considerarse como una forma de negocio alternativa a otras, como la explotación agropecuaria o el comercio, no comenzará de forma sistemática hasta la década de los años ochenta. Es decir, tendríamos que hablar de dos etapas en el primer periodo del turismo insular:
No es fácil delimitar qué es un turista, aunque quizá sea más sencillo decir lo que no es, respecto a otro tipo de viajeros. Un turista no es, desde luego, un comerciante, alguien que viene o se establece en las Islas de forma temporal, para organizar o llevar a cabo negocios de cualquier índole; tampoco es un naturalista o científico que viene de paso, o se queda un tiempo, para estudiar la geología, la botánica, la zoología u otros aspectos del lugar; y desde luego no un inmigrante que viene a establecerse y trabajar en Canarias ni un mero transeúnte que viaja hacia otros lugares por el motivo que sea, si bien todos ellos pueden aprovechar para “hacer turismo”.
Un turista sería, pues, alguien que deja su lugar normal de residencia para viajar durante un periodo a otro lugar, o a establecerse por temporadas, donde no va a ejercer sus actividades de trabajo en sentido amplio, sino a descansar y a disfrutar de ocio y de confort, o bien se dedica a realizar actividades no productivas con fines de formación o diversión. Y aquí es donde hay que plantearse dos supuestos: ¿Y si uno viaja por motivos de salud para curarse o convalecer de una enfermedad? ¿Y si el viaje está destinado no al descanso u ocio sino a recorrer todo el territorio adonde se va, a conocer sus gentes, sus costumbres, su forma de vivir, y plasmar todo esto en un diario, en artículos o libros que luego se publicarán en el país de origen?
En el primer caso nos encontramos ante el turismo de salud, donde si bien las personas vienen a Canaria como convalecientes o como enfermos aquejados de algún tipo de dolencia, con el fin de curarse o mejorar su salud, también son turistas en la medida en que dejan el curso normal de su vida en su lugar de origen y sus motivos no son directamente productivos, sino de pura residencia y de realización de actividades de ocio, aunque para las personas que las atienden sea un negocio el hacerse cargo de estos enfermos foráneos.
Este último tipo de turismo que acabamos de describir fue el más importante —se podría decir que entre un ochenta y un noventa por ciento— en la primera etapa de esta industria en Canarias, fundamentalmente desde los años ochenta del siglo XIX hasta la primera Guerra Mundial.
El segundo supuesto arriba mencionado atañe a lo que se podría llamar turismo de aventura o turismo cultural, aunque estas denominaciones son equívocas por cuanto hoy en día se denomina con estas expresiones a algo mucho más formalizado u organizado, con actividades preparadas ex profeso o rutas diseñadas de antemano para el disfrute de una subclase especial del turismo de masas. Quizá habría que llamar a este tipo de turismo del siglo XIX como turismo de formación o turismo culto, puesto que hablamos de “aventureros” y “aventureras” de clases altas, en su mayoría ingleses, que como fase de su desarrollo vital, de sus inquietudes particulares, se plantean los viajes de descubrimiento como parte de su aprendizaje y como etapa importante de su vida, no como unas vacaciones al margen de sus actividades normales en el ámbito en que viven. De hecho los viajes suelen ser minuciosamente preparados, recopilando toda la documentación disponible, poniéndose en contacto con personas que conocen el lugar al que se viaja e intentando llevar en la maleta el mayor número de contactos locales, datos sobre lugares de alojamiento y sitios de interés a visitar.
Lo habitual en esta clase de turismo culto es que las personas que realizan viajes de meses o años por diversos territorios plasmen sus experiencias en algún tipo de formato escrito: cartas, diarios de viaje, arículos de prensa, libros. En Canarias hay algunos casos paradigmáticos de lo que estamos diciendo, como fue el de Olivia Stone y su marido en los años 80 del siglo XIX, un viaje que quedó plasmado en un voluminoso libro titulado Tenerife y sus seis satélites (Volumen I y Volumen II). Esta obra se considera como la mejor descripción de la sociedad isleña de finales del siglo XIX. La primera edición original se puede ver en la biblioteca digital de esta página web.