Ese mercado en expansión es el que explica también la temprana aplicación de innovaciones tecnológicas a los procesos productivos de las industrias textil y siderúrgica, de toda una sucesión de inventos que permiten el empleo de máquinas y la concentración de los trabajadores en las fábricas. Las bases científicas de esos inventos (lanzaderas volantes, telares mecánicos, uso del coque o carbón mineral, sistema de pudelaje y máquinas de vapor) eran conocidas previamente, pero faltaba aplicarlos a los procesos de producción; la suma de factores favorables a este hecho estimuló que, en muy poco tiempo, se acumulasen las innovaciones (en Inglaterra, a principios del siglo XIX, se registraban cien patentes anuales). Sin embargo, la generalización del empleo de máquinas más eficientes se retrasó hasta después de 1820, pues hasta entonces la economía británica apenas había pasado del estadio de la manufactura: la producción de las ramas fabriles tecnológicamente más avanzadas (algodón y hierro) apenas representaba la cuarta parte del valor de la producción industrial.
Como ya se ha señalado, la Revolución Industrial se desarrolla inicialmente en Gran Bretaña, marcando la pauta para otros países, y sentando las bases de su condición de primera potencia mundial hasta 1914. Ese carácter pionero está justificado porque el grado de simultaneidad de los cambios demográficos, agrícolas, comerciales, políticos, etc., desde mediados del siglo XVIII, no fue alcanzado por ningún otro país. El resultado final es que cuando en 1851 tiene lugar en Londres la Exposición Universal, la economía británica se pudo definir a sí misma como el «taller del mundo»: en esa fecha, con la mitad de la población que Francia, producía dos tercios del carbón mundial y más de la mitad del hierro y del algodón; sus ferrocarriles tenían una densidad de 39,4 habitantes/km2, frente a los 16,6 de Alemania y los 8,5 de Francia, y sus inversiones exteriores, cien veces superiores a las francesas, eran ya la clave para compensar su déficit en la balanza de pagos.
En los países de la Europa continental la industrialización apenas realizó tímidos progresos en la primera mitad del siglo XIX: cuando en 1850 la única nación con un crecimiento industrial consolidado era Inglaterra, sólo Francia, Alemania, Bélgica y el reino lombardo-véneto habían desarrollado relativamente su industria.