La extensión de la ideología liberal va a estar acompañada por la tendencia creciente a identificar la comunidad nacional con las fronteras de un estado-nación o nacionalismo. Durante el Antiguo Régimen, el concepto de nación se identificaba con la monarquía; de este modo, pertenecían a una misma nación todos los súbditos de un mismo monarca. Tras la Revolución Francesa, la legitimidad monárquica entra en crisis y surge la necesidad de encontrar una nueva definición de nación, apareciendo dos corrientes o tendencias nacionalistas: de un lado, la corriente voluntarista o francesa, de orientación liberal , que considera que una nación podía existir si había la voluntad de un pueblo de vivir en común y estar regido por las mismas instituciones; de otro, la corriente orgánico-historicista o alemana, muy relacionada con el romanticismo, según la cual la nación era algo vivo que se manifestaba a través de unos caracteres externos y hereditarios como la historia, las tradiciones, la lengua o la religión, con independencia de la existencia de un sentimiento nacional o no en ese pueblo. Respondiendo a una u otra tendencia, se desarrollan a lo largo del siglo XIX movimientos nacionalistas que se oponen al absolutismo monárquico y a la división de fronteras previas. Esos movimientos se pueden dividir en: nacionalismos de carácter centrípeto, como en los casos de las unificaciones alemana e italiana (concluidas en 1870), donde se constituyen nuevos estados a partir de otros existentes previamente, y nacionalismos de carácter centrífugo, donde comunidades nacionales integradas en los imperios austríaco u otomano tienden a separarse de estos.