La demografía canaria, por su parte, no es ajena a los vaivenes económicos, aunque mantiene una pauta general de crecimiento moderado, limitado por las epidemias (viruela, fiebre amarilla, cólera), calamidades (hambrunas, sequías, plagas de langosta) y el permanente recurso a la emigración a América (Cuba) durante las situaciones de crisis, especialmente la de la cochinilla (90 mil canarios entre 1876-1900).

Esas corrientes migratorias afectan de forma distinta a una sociedad canaria profundamente desigual. Por un lado, un bloque dominante formado por la tradicional aristocracia terrateniente y una burguesía comercial, beneficiadas ambas por el proceso de desamortización, a las que se suman los capitalistas extranjeros; por otro, una mayoría de la población, campesina, condenada al más absoluto analfabetismo (en 1860, un 87% de los canarios) y a trabajar como jornaleros para los propietarios. Sólo a finales de siglo el desarrollo de los puertos permite la aparición de un incipiente proletariado urbano, donde tardarán en surgir las primeras organizaciones obreras destacables.