Durante esos dos siglos, el XVIII y el XIX, se producen, además, avances significativos en otros ámbitos de las Ciencias Naturales; avances que influyen y se ven influidos por los múltiples viajes de exploración, estudio y explotación de las nuevas tierras que se descubren y colonizan. Se amplía el mundo conocido, que se convierte, ahora sí, en un único mundo, y se estrechan las relaciones entre los diversos países que se disputan la hegemonía política, económica y comercial de los nuevos territorios. La historia fragmentada pasa a ser, de forma irreversible, historia universal.
Las noticias de tierras de imponentes montañas y selvas sin fin, plagadas de nuevas especies animales y vegetales, convulsionan el mundo de los naturalistas, quienes movidos por la curiosidad, el afán de conocimientos y la gloria que se concede a los descubridores se lanzan a la mar en expediciones de todo tipo.
La Historia Natural pasará, durante este periodo, de una etapa dominada por el fijismo, cuyo más conocido representante es Linneo, a otra en la que se impondrá poco a poco una visión evolucionista de la Naturaleza, visión que en cierta medida se inicia con Descartes y Buffon prosigue con Erasmus Darwin y, tras pasar por Lamarck y Lyell entre otros, encuentra su expresión más acabada en la obra de Charles Darwin El origen de las especies, publicada en 1859.
La actividad de los naturalistas, inicialmente dirigida a elaborar un inventario del mundo natural, se guiará, durante gran parte del siglo XVIII y comienzos del XIX, por nociones asentadas en el providencialismo y la economía de la naturaleza, para pasar a mediados de este último siglo, tras el afianzamiento del darwinismo, a estar marcada y dirigida por la lucha por la existencia y la selección natural.