Por otra parte tampoco puede olvidarse que uno de los hechos más notables de la época es la generalización y ampliación de la Revolución Industrial, en el núcleo de la cual se encuentra el maridaje creciente entre ciencia y tecnología. Este maridaje acabará produciendo mutaciones de largo alcance tanto en la economía y la propia estructura de la sociedad como en la organización del espacio físico de las distintas naciones.
Será en este escenario, plagado de mutaciones, en el que despliegue su creatividad y energía nuestro personaje: Agustín de Betancourt. Su itinerante biografía es un claro testimonio del dinamismo y de lo agitado de los tiempos.
Su obra, por otra parte, es quizás uno de los ejemplos más claros de dedicación a esa tarea que podemos denominar domesticación del territorio y que es uno de los signos distintivos de la época. Se trata, en efecto, no solo de medir y delimitar el espacio geográfico convirtiéndolo en espacio geométrico, medible, con distancias calculables exactamente, para, así, ordenado y organizado, planificar mediante el arte, redes de comunicación e infraestructuras –de ahí la importancia esencial que adquiriría la cartografía de precisión–, sino, también, de obligar a ese territorio a producir bienes de un modo reglado racionalizando su explotación.