El aumento poblacional y el incremento de la producción agrícola e industrial dieron lugar al crecimiento del comercio. El comercio terrestre apenas sufrió modificaciones entre otras razones por la escasez de caminos, las aduanas interiores y los diferentes sistemas de pesos, medidas y monedas. Por el contrario, el comercio marítimo, en especial el vinculado con las colonias, y debido a la mejora de los barcos, experimentó un mayor desarrollo, creando, además, una rica burguesía que se estableció en los puertos. Holanda, Inglaterra y Francia se convirtieron durante este siglo en las nuevas potencias coloniales, disputando con éxito el predominio colonial de los españoles en América y de los portugueses en Asia. La hegemonía comercial del Atlántico se inclinó definitivamente hacia Inglaterra.

La política económica característica de las monarquías absolutas fue el mercantilismo. Consideraba que la riqueza de una nación dependía de la cantidad de oro y plata acumulada. La forma de obtener esta riqueza por los países europeos fue muy diversa. En aquellos que optaron por la producción y venta de manufacturas, se impusieron medidas proteccionistas a través de elevados aranceles que se aplicaron a los productos extranjeros que competían con los nacionales.