Los primeros monarcas borbones españoles emprendieron un conjunto de reformas que tenían por objeto, inicialmente, mejorar la situación económica de España y, posteriormente, modernizar el país en aplicación de los principios de la Ilustración. A este proceso se le conoce como Reformismo Borbónico. Ilustrados españoles como Jovellanos llegaron a ser ministros por el convencimiento que tenían de que sólo la monarquía absoluta podía llevar a cabo las reformas necesarias para transformar el país. España se sumaba así al Despotismo Ilustrado. Aunque estas reformas no cuestionaban el absolutismo ni la organización estamental de la sociedad, fueron recibidas con hostilidad por parte de quienes temían perder sus privilegios.

A pesar de que el reformismo borbónico planteó la roturación, reparto y colonización de nuevas tierras, así como la introducción de nuevos cultivos y las obras de regadío, la agricultura española siguió anclada en los viejos sistemas de cultivos, sin que aumentase la productividad del suelo. Por ello, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII la producción agraria comenzó a ser insuficiente para alimentar a la población. La única excepción a esta situación fue el inicio de una agricultura comercial e intensiva en las regiones costeras mediterráneas.

Para fomentar la industria se crearon las manufacturas o fábricas reales, pero su carácter artesanal y el enorme coste que suponían para la Hacienda española obligó a traspasarlas al sector privado o cerrarlas. Las manufacturas reales se especializaron en la fabricación de objetos de lujo o bien en cubrir la demanda militar del Estado. Sólo Cataluña estableció una moderna industria textil que, sin embargo, vio frenado su desarrollo a causa de las guerras de fin de siglo.

Durante esta centuria, el comercio español exterior adquirió un mayor dinamismo, en especial el mantenido entre la metrópoli y las colonias americanas. Los metales preciosos y las materias primas procedentes del otro lado del Atlántico se intercambiaban por productos manufacturados.

Al igual que en el continente europeo, España sufre durante el siglo XVIII una importante expansión demográfica, pasando de los 6 millones en 1700 a los casi 11 en 1800. Este crecimiento poblacional fue desigual. Las regiones litorales o periféricas experimentaron un mayor aumento mientras que el centro peninsular inició un proceso de disminución o estancamiento demográfico. Igualmente, la sociedad española de este siglo siguió siendo estamental, con una aristocracia y alto clero minoritarios pero poseedores de una gran riqueza y enormes posesiones, fundamentalmente rurales.