Biodiversidad de especies
Una gran singularidad de Canarias consiste en la división de algunos tipos en gran número de especies diferentes. Mientras que lo natural el que las islas sólo alberguen una o muy pocas especies de cada familia, en Canarias se encuentran numerosas especies de las familias más características. El maravilloso taginaste (Echium) está representado por nueve especies diferentes, los extraños arbustos de serrajón (Sonchus), por doce; las enormes tabaibas (Euphorbia) por cinco; las blancas violetas del Teide (Leucophaë, hoy Viola cheiranthifolia) por seis; las hermosas rodorizas trepadoras, por cinco; las cinerarias rojas, por seis; y la corona de la flora canaria, las incomparables siemprevivas de mar (Statice), por nueve tipos. Esta excepción a una ley general de las islas hace concebir la idea de que deba haber una fuerza que actúa con especial intensidad para favorecer la formación de gran cantidad de especies diferentes partiendo de una básica; y al mismo tiempo pone de manifiesto la incapacidad de estas especies nuevas para extenderse, ya que en general se ve que los ejemplares que crecen fuera de sus ambientes se hallan limitados a lugares muy aislados, como un único roque. Por eso cada barranco tiene su flora local específica.
[…] Una cantidad notable de la parte no endémica de la flora canaria pertenece a la zona costera marroquí y se mantiene en las rocas y en la arena de las zonas salpicadas por las olas, como la rosa de la Virgen (Fagonia) y el Zygophillum. Otra fracción pertenece a la flora desértica, que también se denomina flora sureña del Mediterráneo. Entre ellas algunas plantas gramíneas duras y muchas perennes, así como pequeños arbustos. La fracción más escasa está constituida por algunas plantas de bosque, de las que L. von Buch sospecha que fueron involuntariamente importadas en su tiempo por Alonso de Lugo, junto con los castaños. Lo mismo ocurriría con la Aglaia, el fresón, algunas violetas, la mora, la Nepeta y otras. La flora de los montes europeos, como la Arabis albida y nuestra Aria, apenas han llegado a la más alta cañada del Pico.
Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)
Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández