Los bosques canarios
Por su carácter atlántico los bosques canarios no tienen casi nada en común con los de nuestros climas; en general ofrecen perspectivas muy variadas, se agrupan de la manera más pintoresca sobre las laderas de las montañas, guarnecen el fondo de los barrancos y las anfractuosidades de sus riberas. Cuando se llega a esta región nemorosa se experimenta un sentimiento de admiración mezclado con el de bienestar; el espesor de los matorrales no podría oponer obstáculos al deseo de verlo todo, de procurase a cada instante otras sorpresas y nuevas emociones. Vagamos así largo tiempo bajo estas masas de verdor y entre estas tribus de árboles y de plantas que se juntan y se mezclan; pero cuando llegados a los límites del bosque descubrimos de repente, bajo un sol radiante, los valles de la costa, el mar y el horizonte inmenso, no hay descripción que pueda dar cuenta de semejante paisaje.
Aunque estos bosques ofrecen, en conjunto, bellezas que cualquier observador puede captar a primera vista, presentan también en sus detalles particularidades llenas de interés para el botánico. Situadas en los confines de la zona templada, presentan ya grandes analogías con las de los territorios más cálidos de ambos hemisferios. Los laureles crecen en masa, como en las Antillas y en algunas islas de los archipiélagos asiáticos; diversos árboles, excluidos de las regiones septentrionales, se anuncian como especies cuyas numerosas congéneres se reencontrarán más lejos; por primera vez se contemplan los mocanes, mientras que por sus bellas dimensiones los ondulantes helechos se aproximan a ciertas especies de América y de la isla Borbón; de hecho, hay dos que parecen completamente idénticos. Los laureles abundan por doquier y forman cuatro especies muy diferentes, a los que se unen otros árboles de gran porte y diversos hermosos arbustos.
Sabin Berthelot, Géographie Botanique (1840)
Traducción de Sergio Toledo Prats