Palmeras
La palmera canaria (Phoenix canariensis), por sus características, está más que suficientemente identificada como planta endémica. El tronco, de mayor grosor que la datilera, muestra una copa más frondosa y tupida. Tiene largas pencas arqueadas, cuyas hojitas, anchas y planas, son de un brillante verde oscuro y están tan cerca que casi se tocan. A simple vista parece una sola superficie verde. Así se forma una copa de una densidad y pujanza como ni de lejos llega a tenerla la datilera, cuyas hojitas están tiesas, separadas y dobladas, y sus ramas se elevan más empinadas. Especialmente distinta es la inflorescencia femenina que, en el tipo endémico, se extiende como un abanico en un tallo ancho, como una cinta, y la fruta es una drupa redonda, verde oscura, que más tarde tiene color naranja, del tamaño de una ciruela, y cuya pulpa no llega a ser carnosa, sino seca y pegada al hueso, que es grande y redondo. Este fruto no es comestible.
La palmera solo proporciona a los isleños materiales para la sencilla industria de esteras y cestas. […] En La Gomera también se produce un vino de palmera, el guarapo. Con frecuencia, especialmente en Gran Canaria, pero también cerca de Santa Cruz de Tenerife y en San Sebastián de La Gomera, se cultiva la palmera datilera africana (Palma dátil) que da excelentes y grandes dátiles comestibles, de color negruzco. Este cultivo de la datilera al lado de la endémica existe desde antiguo, ya que Plinio, en un escrito sobre la expedición del rey Juba a las Afortunadas, cita palmerales de datileras en Gran Canaria. También pude ser que con Caryotae se refiera Plinio a la palmera canaria silvestre, ya que Bolle dice que todavía hoy, en La Gomera, sus frutos son muy sabrosos y se comen, aunque tienen muy poca pulpa.
Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)
Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández