Coladas de lava
Las coladas de lava más antiguas son de un tono amarillento, las siguientes son de color rojo y las últimas presentan una tonalidad azul oscura. Las amarillas parecen haber sido las más abundantes, así como las más fluidas, porque se extienden por una mayor superficie, han discurrido hasta casi quedar niveladas y sus crestas imitan la forma de las olas marinas. En una de las fotografías que tomamos del rincón sudoeste de este gran cráter pueden observarse los límites alcanzados por una corriente de lava amarilla procedente del Pico, formando una playa curva con olas rompientes como las del mar en la costa allá abajo.
Por su parte, las coladas rojas ocupan evidentemente una extensión menor que las amarillas y nunca han discurrido o se han extendido hasta muy lejos. Sus marcas finales se parecen mucho más a las arrugas de un glaciar que a olas marinas y cerca de esos rasgos transversales se ven inicios de una disposición longitudinal que, en algunos casos y como se indicó antes, parecen las morrenas laterales de una corriente de hielo.
Y decididamente las coladas oscuras son las más exiguas. Sólo hubo desplazamientos cuando la pendiente era muy acusada. Y en ellas predomina la disposición vertical que había comenzado a aparecer con las rojas; todas las coladas oscuras no son más que una serie de largas crestas o terraplenes. No tienen la forma de ninguna clase de corriente fluida, acuosa o viscosa, sino más bien de elementos sólidos finamente desmenuzados, como arena. Sus laterales, e incluso sus finales, se escalonan de modo tan uniforme y en un ángulo tan constante que, sorprendentemente, por acá y por allá parecen como los terraplenes levantados por los operarios de los ferrocarriles.
Charles Piazzi Smyth, Tenerife: La experiencia de un astrónomo (1858)
Traducción de Emilio Abad Ripoll