La edad de la Tierra
Es difícil comprender la razón por la que algunos eminentes geólogos continúan negando de modo perseverante cualquier cambio secular de la Tierra, sin tener en cuenta y pasando por alto sus movimientos periódicos, cuando comprobamos, desde el campo de la Astronomía Física hasta la ebullición en una tetera, que cualquier efecto de larga duración está siempre ligado a otros que se desarrollan en breves períodos de tiempo. Pero este Pico de Tenerife, que es el cono central o “cráter de erupción”, en el centro de este amplio “cráter de elevación” que se extiende grandioso ante nuestra vista, demuestra sin lugar a dudas que las propiedades seculares y periódicas coexisten.
El examen de las corrientes de lava que han fluido, y de las que el hombre guarda memoria histórica, nos dirá muy poco de la progresión secular, porque solo surgen de las entrañas de la tierra aproximadamente una vez cada cien años. La última erupción tuvo lugar en 1798, y la anterior en 1705, y sería necesario plantearse, como hemos hecho, los fenómenos prehistóricos. Este método permite situarnos de inmediato en una posición mucho más ventajosa; si pensamos en el enorme espacio de tiempo transcurrido desde que se produjeron las miles de coladas de lava negra que surcan el cono por todas partes y vemos que muchas de ellas, nacidas en tiempos de los que el hombre no tiene constancia, aún no han sido afectadas por la influencia de la oxidación, nos sentimos inclinados a preguntarnos cuántas incontables épocas habrán pasado para que se produzcan las profundas descomposiciones rojas y amarillas que tan claramente aparecen en la superficie de corrientes aún más antiguas, cuyas partes interiores permanecen todavía negras y cuya composición química es muy similar a la de las sustancias eyectadas mucho después.
Y entonces tendremos claro que todos esos sucesos, cualesquiera que sean los datos absolutos, son el resultado de la inmensa duración de efectos periódicos y no podremos resistirnos a concluir que sus formas se han definido, que un cambio más importante tuvo ya lugar y que sus señales aún son visibles. Y a partir de ello podemos establecer como ley general que las olas de las coladas de lava avanzan de modo uniforme y sin pequeñas ondulaciones en su superficie, que las eyecciones más antiguas fueron las más abundantes y fluidas y las más calientes, y que desde entonces se ha ido produciendo un descenso gradual en el tamaño y en la temperatura de las mismas.
Charles Piazzi Smyth, Tenerife: La experiencia de un astrónomo (1858)
Traducción de Emilio Abad Ripoll