Montaña de Fuego
Los golpes de viento suelen traer soplos de aire caliente hasta el caminante que se aproxima a ella. Ya al pie de la montaña, de algunas grietas que hay en el suelo escapan fumarolas con muy escaso contenido de ácido sulfuroso y tan poco vapor de agua que la montaña solo parece echar humo después de que ha llovido; estas fumarolas descomponen las rocas, que presentan un color vivo: rojo, amarillo y blanco.
En algunas concavidades y en ciertos rincones del suelo, a veces incluso bajo unadelgada capa de arcilla, se encuentran depósitos de sales. En cambio, no encontré por ninguna parte el azufre que Hartung vio formando en un paraje una capa de una pulgada de espesor. El cráter del cono de erupción que es la Montaña del Fuego presenta dos hondonadas grandes y una pequeña; en especial llama la atención el hecho de que el áspero borde del cráter haya podido conservar desde 1736 un calor tan fuerte, siendo que se mantuvo completamente tranquilo durante las nuevas erupciones ocurridas en 1824. Solo se necesita arrojar un trozo de madera seca en las grietas de aproximadamente un metro de profundidad existentes en la escoria de masas petrificadas, para verlo arder en llamaradas. Las papas que se dejan descansar sobre la superficie de esas escorias se asan en pocos minutos. Pero los vapores no producen olor ninguno que resulte molesto.
[…] En un paraje de este lugar, las paredes de un cráter bajo y completamente redondo encierran un suelo lávico casi llano, donde hay una serie de protuberancias de poca altura que parecen pequeñas vejigas. Así debieron formarse las rocas, cuando todavía hervían en esta olla. Muy frecuentes son esas torrecillas volcánicas o chimeneas de lava (los hornitos), que adoptando las formas más diversas se convierten en pequeños conos de lava dura y proceden claramente de lavas que brotaron como si hubiesen sido fuentes. Desperdigados o repartidos en grupos, flanqueando a veces llanas hondonadas con forma de cráter, estos hornitos se hallan al pie de los conos de escorias y a partir de ellos descienden montaña abajo las corrientes de lava. Los hornitos más regulares son torres redondas, que tienen paredes lávicas, normalmente brillantes, de uno a varios pies de grosor, adoptando a menudo estas lavas exteriormente el aspecto de estalactitas. Estas torrecillas son huecas por dentro y sus paredes son lisas. Y las chimeneas, en ocasiones, continúan hacia abajo más pies de los que sobresalen del suelo. Sus dimensiones son muy variables: el diámetro de su interior mide de 1 a 2 metros, mientras que su altura va de 6 a 15 metros.
Karl von Fritsch, Las Islas Canarias: Cuadros de viaje (1867).
Traducción de José Juan Batista y Encarnación Tabares