Doña María
Hacía tres días que estábamos viviendo en nuestra nueva residencia, disfrutando de las comodidades del albergue, cuando el camellero que nos había traído, y al que encontramos en la calle, vino a romper nuestra ilusión. Este hombre nos anunciaba la próxima llegada de Doña María.
- Ella levanta la tienda esta tarde, nos dijo; los pescadores del puerto están muy disgustados, porque ya no podrán venderle. Ahora anda comprando todo lo que encuentra de bueno: son los regalos para sus amigos. Ustedes recibirán la mejor parte.
- Pero bueno, este excelente pescado fresco que nos trae, ¿nos lo manda Doña María?.
- Desde luego, ya que es bien sabido que su casa tiene que estar bien provista. -¡Su casa!... ¿es que no estamos en una fonda?. No existe tal fonda en la ciudad: ustedes, señores míos, están en casa de Doña María. No acabábamos de salir de nuestro asombro: el engaño era ciertamente agradable, pero por lo mismo, una vez aclarado el equívoco sobre el albergue que nuestra graciosa mesonera nos había facilitado por sorpresa, nuestro deber era buscar alojamiento en otro sitio. Nuestra situación era en verdad embarazosa, y regresamos al albergue para convenir la decisión que íbamos a tomar. Y aquí, nueva sorpresa: Doña María acababa de llegar. Vino hacia nosotros riendo.
- Hola, queridos amigos, ¿qué, se encuentran bien por aquí?, comenzó diciendo. ¿Les han tratado bien? ¿Les conviene la posada? ¿En ausencia de su ama ha cumplido Petrocinita con su obligación?
- Sí, señora: no podíamos encontrar mejor alojamiento ni más amables atenciones: ha ido usted más allá de nuestros deseos, y su señorita de compañía ha cumplido a la perfección con su papel. Ante esta inesperada respuesta Doña María se pellizcó los labios.
- Entonces me han traicionado…Puede haber sido un envidioso, un indiscreto…Pero ustedes sabrán perdonar mi pequeña trastada –añadió haciendo remilgos-. Meter en su casa a dos hombres a escondidas, hay que convenir que es un atrevimiento por parte de una vieja solterona. No vayan propalando por ahí este asunto, porque si lo hiciesen me perderían; esto es como un rapto… El corregidor tomaría cartas en el asunto. Y acto seguido prorrumpió en una gran carcajada.
Sabin Berthelot, Primera estancia en Tenerife (1839)
Traducción de Luis Diego Cuscoy